Viernes 25 de Agosto
LOS HUESOS SECOS VIVIRÁN
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Rut 1, 1-2ab.3-6.14b-16.22
Contra el estrecho nacionalismo de los Jueces y de Ezra-Nehemías, el pequeño libro de Rut da un bellísimo ejemplo de que incluso los no judíos pueden ser parte del Pueblo de Dios.
Evangelio: Mt 22,34-40
En la Última Cena Jesús dijo: “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros.” Él está hablando no de cualquier clase de amor, sino precisamente del amor con que él mismo amó a sus discípulos, es decir, un amor que llega hasta el final, que no pone condiciones, que sacrifica todo si es necesario por los otros. Este es el amor calificado como “con todo el corazón, con toda el alma” y tan fuerte o más que el amor a sí mismo, del que habla el evangelio de hoy. Esta es una tremenda tarea para el cristiano; tarea que nunca acabará. ¿Es éste el tipo de amor que nos mueve?
Oración Colecta
Señor, Dios todopoderoso:
Tú envías hoy un mensaje de esperanza
a un mundo que está dividido,
luchando contra fuerzas deshumanizantes,
y también a una Iglesia que está confundida
y a veces desalentada.
Con tu gracia, llámanos a sacudir nuestra cansada pereza;
sopla tu Espíritu de vigor y amor en nuestros huesos secos
para que la esperanza llene nuestros corazones
y el amor nos haga caminar
optimistas hacia adelante
a causa de Aquel que vino para hacer todo nuevo,
Jesucristo nuestro Señor.
Rut 1,1.3-6.14b-16.22: «Tu Dios será mi Dios»
Sal 146: «Alabaré al Señor toda mi vida»
Mt 22,34-40: «Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo»
Al saber los fariseos que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron alrededor de él; 35y uno de ellos, doctor en la ley, le preguntó maliciosamente: «36Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?» 37Le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.38Éste es el precepto más importante; 39pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. 40De estos dos mandamientos dependen la ley entera y los profetas».
Oración de los Fieles
Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios nuestro:
En estos signos de pan y vino
revivimos la comida sagrada
en la que tu Hijo nos invitó
a amarnos unos a otros
como él te amó y nos amó.
Escribe estas palabras con fuego
en nuestros corazones y en nuestras obras
para que nunca las olvidemos,
sino que por su poder
nos renovemos interiormente,
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo,
y marchemos a la tierra de las promesas,
donde tú serás nuestro Dios
por los siglos de los siglos.
Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
En esta eucaristía nos has asegurado de nuevo
que tú estás siempre con nosotros
y que puedes dar nueva vida
a nuestros huesos secos.
Llénanos con el Santo Espíritu
de tu Hijo Jesucristo:
Que él ponga alas a nuestros sueños
de un mundo nuevo que respete la dignidad humana,
que hable de tus maravillosas obras
y que nos conduzca a tu nuevo cielo
donde todos van a alabarte
por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: Abrámonos al Espíritu del Señor y que él aliente nueva vida en nuestros huesos, viejos y secos. Que nos dé vida. Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
El pasaje del evangelio de hoy nos muestra el fundamento de la vida cristiana y las exigencias de vivir al estilo de Jesús. Nos dice: «Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo». Esta es la norma de oro con la que todo cristiano debería regirse. Se trata de una relación inseparable que se basa en el principio del amor. Una persona no puede decir que ama a Dios mientras hace el mal (de palabra, obra u omisión) a sus hermanos. Y aunque por momentos somos incoherentes, no podemos alimentar una relación con Dios separada de la comunión con las personas. Lo mismo sucede si una persona se descuida a sí, con el pretexto de estar siempre para los demás. La relación amor a Dios–al prójimo–a uno mismo, es íntima y perfecta en su equilibrio y compensación. Por lo tanto, empecemos por amar a Dios en nuestra propia historia, con sus aciertos y desaciertos, y respetémonos y cuidémonos a nosotros mismos para ser capaces de hacerlo también con nuestras hermanas y nuestros hermanos y el resto de la Creación.