Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Un buen domingo para todos.
Cuando recibimos una oferta de trabajo, antes de firmar el contrato nos informamos cuidadosamente sobre el tipo de servicio requerido y cómo se va a realizar. Aclaramos todos los detalles y finalmente llegamos a la pregunta crucial: ¿cuánto me pagarán? Es el tema del salario que también exigen los que se ponen al servicio de Dios. Él quiere implantar su reino en el mundo y necesita gente que trabaje para este proyecto; necesita muchos trabajadores.
Jesús lo dice en el Evangelio cuando invita a sus discípulos a pedir al Padre del cielo que envíe obreros a su mies, y el obrero quiere saber cuánto llevará a casa al final de la jornada. Éste será el tema del pasaje del Evangelio que escucharemos hoy: ¿Cuánto paga Dios a sus obreros?
Quien planteó la pregunta fue Pedro; el caso es que se presentó a Jesús un joven que fue bendecido por la fortuna y creció bien y llevó una vida irreprensible. Este joven preguntó a Jesús: “Además de los mandamientos que siempre he guardado, ¿qué debo hacer de bien para obtener la vida eterna?” Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en el reino de Dios, si quieres pertenecer a la nueva humanidad, pon todo lo que tienes a disposición de los pobres y luego ven y sígueme’. Al oír esto, el joven no tuvo ganas de aceptar; prefirió quedarse con todas sus posesiones y se marchó triste.
Es en este contexto que Pedro hizo, también en nombre de los demás discípulos, la pregunta que le apremiaba y dijo a Jesús: “Nosotros no nos hemos comportado como ese joven que se marchó; nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué recompensa tendremos?” Menos mal que Pedro hizo esta pregunta porque nos interesa a nosotros también. La respuesta de Jesús fue inmediata: “Ustedes, que hicieron renuncias, recibirán 100 veces más en esta vida y como herencia la vida eterna”. Jesús les está diciendo: “La vida de ustedes en este mundo será 100 veces más hermosa, y además Dios les dará su propia vida, la vida del Eterno, que no es tocada por la muerte biológica”.
Este es el salario. Si el patrón es de palabra, sería una tontería no firmar el contrato.
Este es el marco en el que, para aclarar la cuestión del salario, Jesús narra una parábola. Escuchemos:
El reino de los cielos se parece a un hacendado que salió de mañana a contratar trabajadores para su viña. Cerró trato con ellos en un denario al día y los envió a su viña.
La escena con la que comienza la parábola es muy realista; es la época de la vendimia y los viñadores están muy preocupados porque, cuando las uvas están maduras, hay que recogerlas y aplastarlas rápidamente. Es importante elegir el día adecuado pues se cierne sobre Israel el peligro de la primera lluvia, que llega a finales de septiembre.
En hebreo la lluvia de cada estación tiene su propio nombre y la de finales de septiembre, la primera, se llama יוֹרֶה (Yoreh) y es muy temida por los viñadores porque, si cae sobre uvas maduras, hace que el vino pierda valor. Por eso los propietarios de grandes viñedos tienen que organizar el trabajo cuando llega el momento de la vendimia y, sobre todo, necesitan encontrar trabajadores para enviar a sus campos.
De hecho, el primer personaje que Jesús presenta en la parábola es uno de estos propietarios. Lo ves llegar preocupado; está en pie desde al menos las cuatro de la mañana y preparó él mismo las cestas y las escaleras para que, cuando más tarde lleguen los trabajadores, no pierdan tiempo y pongan manos a la obra. Al amanecer llega a la plaza del pueblo para contratar a los trabajadores del día para su viña. Se percibe su preocupación porque no delegó esta tarea en un empleado sino que fue él en persona a resolver inmediatamente todos los problemas. Y cuando llega a la plaza, acuerda con los jornaleros, el “segundo personaje” que entra en escena en la parábola.
¿Quiénes eran estos jornaleros? Eran personas que no tenían un trabajo fijo y por eso, cuando llegaba el tiempo de la cosecha, no podían dejar pasar la oportunidad, sobre todo porque podían aprovecharse de la urgencia de los viticultores para pellizcar unos céntimos de más. Imagínense, por ejemplo, que esa mañana el cielo empezaba a nublarse un poco; la prisa de los viticultores crecía y los jornaleros podían pedir un poco más. Este primer grupo es el que se contrata inmediatamente a las 6 de la mañana.
Son gente que quiere trabajar, gente comprometida; no son vagos ni perezosos que se levantan tarde de la cama. Seguro que han estado esperando ya a que alguien les recogiera durante el día. Todos tienen prisa, sobre todo el enólogo, quien, con unas pocas palabras, se pone inmediatamente de acuerdo sobre el salario que habrá de pagar al final del día: un denario por 12 horas de trabajo, desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde.
Observemos bien que se trata de personas de la primera hora, personas muy comprometidas, dispuestas. Y todos se van contentos con el acuerdo; contento el jefe y también los trabajadores. Pero, antes de identificar a estos personajes, vamos a conocer el simbolismo bíblico de la viña, de la vid y del vino porque están muy presentes en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. El mismo Jesús recurre frecuentemente a ellos. Debemos tenerlos presentes para poder captar el mensaje del Antiguo Testamento y también el que Jesús quiere comunicarnos.
Comencemos por el vino. ¿Cuál es simbolismo del vino? Veamos su importancia en el Antiguo Testamento: existen hasta 9 términos, 9 palabras, para decir “vino”, y el término más usado es יין (yayin). Esta palabra aparece 140 veces en el Antiguo Testamento. Luego están las otras 8 palabras para nombrar el vino. Si la Biblia habla tanto sobre el vino, significa que es importante. El significado simbólico del vino proviene del hecho de que, mientras el agua es indispensable para la vida, el vino no lo es.
No es necesario; es un plus; se puede vivir sin vino. Y, precisamente, de este hecho se deriva el simbolismo del vino. Porque indica la gratuidad, la alegría, lo ‘extra’, la fiesta, el amor. De hecho, la fiesta más importante en la época de Jesús en Israel era la Fiesta de las Tiendas, que duraba una semana y se celebraba después de la vendimia, cuando la gente empezaba a gustar el vino nuevo. Era una fiesta en la que la gente bailaba, danzaba, cantaba.
Aun cuando en la Biblia se condena la embriaguez (el sabio Sirácide, por ejemplo, recomienda: “No te hagas el fuerte con el vino” y el profeta Oseas advierte: “Pon atención al vino y al mosto porque quitan los sentidos”), es decir, el abuso del vino, se entiende que el vino bebido con moderación es un símbolo de alegría, de fiesta. Constatamos que, cuando la gente se reúne, conversa. Y cuando han bebido su vaso de vino, se alegran e, incluso los que tal vez no hablaban, al menos se saludan. Este es el significado simbólico del vino. El Salmo 104 dice que el vino “alegra el corazón del hombre”. El libro del Eclesiástico, en el capítulo 40, afirma que el vino y la música alegran el corazón. Y en el capítulo 31, se pregunta: “¿Qué vida es la del que no tiene vino?” Este es el significado simbólico del vino. Tengámoslo en cuenta.
La viña y la vid. La viña, en hebreo, se dice כֶּרֶם (kérem). Intenten ver cuántas veces aparece este término en el Antiguo Testamento: 97 veces. Y vid se dice גפן (gefen) y aparece 55 veces. Por tanto, la viña y la vid son muy importantes. La vid es uno de los símbolos del pueblo de Israel porque la vid da la uva y las buenas uvas dan el vino; por tanto, la alegría. Israel es la viña del Señor porque Israel da alegría al Señor con sus oraciones, con sus sacrificios, los holocaustos; con la observancia de la Torah. Israel es una viña que da alegría a su Dios. De hecho, en el ulam, al ingreso del santuario, en el Templo de Jerusalén, en la época de Jesús había una viña trepadora de oro en las paredes. Eran ofrendas votivas que se daban e indicaban las obras santas, incorruptibles, que Israel ofrecía a su Dios.
Pueden apreciar cuán importante era este simbolismo en Israel ya que lo encontramos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Tengámoslo presente y tengamos también presente lo que dice el profeta Isaías en el famoso Canto de la Viña, en el capítulo 5, cuando reclama: “Israel, no has dado al Señor uvas buenas sino uvas agrias, incomestibles”.
Ahora identifiquemos al dueño. Es fácil… Es Dios. Es él el que está preocupado y busca con premura trabajadores para su viña. Y demos inmediatamente un nombre a esta viña que el Señor quiere que produzca uvas, que produzca vino, que produzca alegría. Esta viña es el reino de Dios, es la nueva humanidad que Dios quiere establecer en este mundo. Trabajar en la viña significa, por tanto, comprometerse con este proyecto de Dios: la construcción de un mundo donde cada uno, con su esfuerzo, colabore para que haya alegría para todos.
Esto es lo que Dios quiere y nada más que esto: que todos sus hijos e hijas sean felices. Dios quiere esto y sólo esto. La viña, por tanto, es este nuevo mundo. Dios busca trabajadores para su viña. Somos nosotros los que hemos cubierto el Evangelio con un velo de tristeza pero en el Evangelio sólo hay alegría. Y entendemos, por tanto, la premura del dueño; Dios quiere este nuevo mundo y quiere que se realice inmediatamente, sin perder tiempo.
Identifiquemos entonces quiénes son estos obreros que se ponen a trabajar en la viña del Señor por el reino de Dios desde la primera hora. ¿Quiénes son estas personas? Son los cristianos que, desde su infancia, entran al servicio del reino; son los cristianos comprometidos que entregan sus vidas al proyecto del Evangelio; son los que crecen en el compromiso constante para construir el reino de Dios. Por tanto, personas muy dedicadas, que trabajan mucho en la comunidad, que pasan muchas tardes de sábado en la parroquia, en la capilla. Son los catequistas que preparan las liturgias, los himnos. Estos saben muy bien cuál es la paga que recibirán. Son conscientes de que han acordado la paga con su patrón. Acordaron “un denario”; esa es la paga que hemos oído que Jesús promete a Pedro: el céntuplo, una vida de éxito y, además, el don de la vida del Eterno.
Ahora Jesús introduce en la parábola otras cuatro salidas del patrón que va en busca de obreros. Él quiere que sean muchos los que se comprometan con su viña. Escuchemos:
Volvió a salir a media mañana, vio en la plaza a otros que no tenían trabajo y les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo debido”. Ellos se fueron. Volvió a salir a mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Al caer de la tarde salió, encontró otros que no tenían trabajo y les dijo: “¿Qué hacen aquí ociosos todo el día sin trabajar?” Le contestan: “Nadie nos ha contratado”. Y él les dice: “Vayan también ustedes a mi viña”.
El patrón salió cuatro veces más en busca de obreros y como el amo es Dios, Jesús quiere subrayar lo preocupado que está para que, cuanto antes, vengan obreros para establecer su reino en el mundo; tiene prisa. En el Evangelio encontramos a menudo la referencia a la prisa; por ejemplo, cuando Jesús envía a sus discípulos a proclamar el Evangelio ―ya que el Evangelio es el que crea el nuevo mundo, crea el reino de Dios― Jesús dice a sus discípulos que no saluden a nadie por el camino, que no pierdan tiempo.
En el evangelio de Marcos, en el capítulo 1, si lo leen en griego, encuentran 11 veces el adverbio εὐθὺς (eusús), que significa “inmediatamente”. Jesús entra en la Sinagoga inmediatamente, va a casa de Pedro de prisa; no hay tiempo que perder. El reino de Dios debe establecerse inmediatamente en el mundo. En el capítulo 19 de Lucas, Jesús le dice a Zaqueo: “baja inmediatamente”; “no pierdas tiempo; debes entrar inmediatamente en la fiesta del reino de Dios”.
Luego hay otros cuatro grupos que entran en esta viña. ¿Quiénes son y a quién representan? Son personas ciertamente menos comprometidas. En primer lugar, refieren a aquellas personas que aceptan entrar en la construcción del reino de Dios, en la viña del Señor, en diferentes momentos de su vida. Alguien fue introducido, quizás, por el novio o por la novia cuando joven y comienza a participar en reuniones, en la vida de la comunidad y se compromete. Algún otro cuando ya es una persona madura y ha formado la familia; tal vez sea la esposa que le convence, la esposa que quizás sea catequista, es decir, una de las primeras horas. Algún otro cuando ha entrado en la jubilación. E incluso alguno bien avanzado en años que empieza a sentir remordimientos por no haberse comprometido antes y piensa que ya es tarde. Puede que alguien le diga eso: “Ya es tarde para decidirte”. Pero el patrón no. Él acoge a todos; siempre que estén dispuestos, él los acepta, les dice: “Ve y trabaja en mi viña”. Es a esta gente a quienes representa el último grupo de trabajadores. E incluso a ellos, a los de la última hora, los regaña el patrón: “¿Qué hacen aquí sin hacer nada…? ¡Se la pasan todo el día en la plaza!”
El problema es el salario…. Recordemos que, con los jornaleros de la primera hora, el patrón acordó una cantidad de dinero y todos se fueron contentos. A los otros el patrón les dijo que recibirían lo que fuera justo y no se especifica cuánto. Será precisamente sobre esta justicia que, al final, se discutirá. Porque nos enfrentaremos a dos justicias: la del patrón y la nuestra. El patrón también les dijo a los de la última hora: “Vayan y hagan lo que puedan”.
Hasta aquí nada extraño. Todo se ha desarrollado de manera muy cabal. Ahora llega el momento de recibir la paga por el trabajo realizado. Pensemos ahora cuál sería el salario justo para estos trabajadores, desde la primera hora hasta la última. El patrón está satisfecho porque el trabajo se ha hecho bien; ya se han recogido todas las uvas; ya están aplastadas; y las cubas, llenas de mosto. Así que el patrón está contento.
¿Qué hace? Empieza con los de la última hora, los que se merecerían ―a nuestro entender― la décima parte del dinero. Esos a los que se esperaría que el patrón los mirara sonriendo y les dijera: “Miren, la próxima vez vengan un poco antes; pero está bien; han trabajado, así que les daré medio denario y regresen a casa”. En cambio, todos prevemos que, cuando lleguen los de la primera hora, el patrón espere a que se vaya el resto y les diga: “Siéntense primero y coman algo; prueben el mosto dulce”. Que los anime a alegrarse un poco antes de volver a casa y que, cuando estén a punto de irse, les dé dos denarios a cada uno. ¿Acaso no sería esa la paga correcta?
Escuchemos cómo continúa Jesús la parábola y cómo paga el patrón, que representa a Dios, a sus trabajadores:
Al anochecer, el dueño de la viña dijo al capataz: “Reúne a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Pasaron los del atardecer y recibieron su jornal. Cuando llegaron los primeros, esperaban recibir más; pero también ellos recibieron la misma paga. Al recibirlo, se quejaron contra el hacendado: “Estos últimos han trabajado una hora y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día”.
Llega el atardecer y todos los trabajadores regresan de la viña. El patrón es un hombre justo, conoce la disposición del libro del Deuteronomio en la que el Señor indica: “No explotarás al asalariado pobre y necesitado; le darás su salario antes de la puesta del sol porque debe ver ese salario, debe disfrutarlo porque está cansado, ha trabajado; ay de ti si explotas al pobre necesitado; él clamará a mí y grande será tu pecado”. Por eso el patrón le ordena al capataz que empiece a pagarles. Que los haga poner en fila y empiece por el último y que les dé a cada uno un denario.
Es fácil imaginar la escena: Los de la primera hora ya no pueden tenerse en pie del cansancio; han trabajado doce horas y cuando ven que el capataz reparte un denario a los que sólo han trabajado una hora, sus corazones se llenan de alegría: “¡Qué suerte hemos tenido de trabajar para este patrón que paga antes de la puesta del sol ―piensan― y miren la paga que da...! ¡Imagínense lo que recibiremos los que hemos trabajado durante doce horas!” Pero cuando el capataz paga a los de la primera hora, también les da un denario. ¡Y ellos pensaban que recibirían más! En ese momento se sienten burlados: “Pensábamos que era bueno pero es un provocador... Ahora nos damos cuenta de la razón por la que empezó a pagar desde el último”. Y empiezan a decir: “¡Entonces nosotros hemos sido tomados por tontos! ¿Por qué nos hemos esforzado? ¿Por qué nos levantamos temprano por la mañana y corrimos a la plaza? Los afortunados han sido los holgazanes”.
Efectivamente, al recoger el dinero murmuraban; el verbo griego es ἐγόγγυζον (egoguison) que no significa “murmurar” sino que alude a que se opusieron enérgicamente al comportamiento del patrón. Le dijeron: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los hiciste iguales a nosotros” (así dice el texto griego), los hiciste iguales a nosotros que hemos soportado la carga del día y el calor...”
Observemos que los únicos que protestan son los de la primera hora, los buenos, los comprometidos. Por eso la lección va dirigida a ellos. ¿Quiénes son hoy los que se enfadan ante esta extraña justicia de Dios que da a todos la misma paga? No son los que llegan a la última hora; son los cristianos devotos, los que han guardado todos los mandamientos desde la infancia y tal vez han hecho grandes esfuerzos y pueden presumir de haber acumulado muchos méritos haciendo muchas buenas obras…
Antiguamente se inculcaba una espiritualidad de los méritos que recomendaba hacer buenas obras para acumular méritos en el paraíso, para disfrutar del premio en la eternidad. Pero esta espiritualidad es igual a la de los fariseos. Jesús vino a desafiarla porque tiene su origen en una falsa imagen de Dios.
El Dios de Jesús de Nazaret, el Padre del cielo al que estás llamado a asemejarte, es amor gratuito. De hecho, este amor hecho para acumular méritos sigue siendo egoísmo; haces el bien pero sigues pensando en ti mismo, estás fuera de la propuesta de amor hecha por Jesús de Nazaret. Observemos que por eso es que a los más fervorosos cristianos les cuesta aceptar la gratuidad de Dios.
Tratemos de identificar el error que cometen estas personas, que son buenas pero intentan desesperadamente defender la justicia humana, una justicia que no es la de Dios porque la de Dios es pura gratuidad. ¿Vemos el error? Los que razonan así no han entendido que el Evangelio no es una carga. Dice Jesús en el Evangelio: “Tomen mi yugo sobre ustedes porque es ligero”. Es una mala traducción: χρηστὸς (chrestós), en griego, significa: “es un yugo que se ajusta muy bien” (que se lleva sin esfuerzo). De la misma manera, el amor gratuito se adapta bien a nuestra naturaleza. No estamos hechos para nuestra propia justicia sino para la justicia de Dios, que es gratuidad.
Fuimos programados para ser hijos e hijas de este Dios que ama gratuitamente. Si nosotros razonamos con nuestra propia justicia, no somos hijos de Dios. Es una suerte haber encontrado el Evangelio. El Evangelio no es una carga, un trabajo, un conjunto de deberes de los que uno prescindiría con gusto; es un tesoro y los que se han encontrado con Cristo han sido bendecidos.
Deberíamos decir: “¡Qué maravilla haber conocido al Señor en los albores de mi vida!” “¡Qué suerte tuve de haber nacido en una familia que me educó para aceptar la propuesta de hombre hecha por Jesús de Nazaret!” ”He recibido el céntuplo en mi vida gracias a haber participado desde muy joven en la viña del Señor, en la construcción del reino de Dios, del nuevo mundo…” “¡Qué suerte tuve de tener una abuela, un abuelo, que me habló de Jesús de Nazaret, que me dio este gran regalo!” “Estoy feliz de haber vivido una vida comprometida que, por cierto, también implicó sacrificio, pero una vida hermosa!” “Si no hubiera conocido el Evangelio, si no hubiera conocido al patrón de la viña desde mi infancia, yo también me hubiera quedado en la plaza holgazaneando toda mi vida sin saber qué hacía en este mundo. En cambio he recibido el ciento por uno, he construido una vida hermosa” …
El Evangelio nos invita a ver la buena fortuna que hemos tenido aun conociendo al patrón de la viña en nuestra juventud o encontrando a Cristo en la mitad de nuestra vida o en nuestra edad madura o incluso en nuestra vejez… No debemos pensar que perdimos algunos años de alegría. Aun cuando hubiéramos pasado nuestra vida buscando la alegría en la plaza sin encontrarla… ¡lo importante es haberla encontrado!
Al ver a esos trabajadores que llegan a cualquier hora, ¿qué deberían (deberíamos) decir los cristianos “de la primera hora”? “¡Qué bonito es que ahora vengas tú; también puedes echarnos una mano, aunque sea una hora; aún puedes hacer mucho!”.
Y quizás alguien también diga: “¡Qué pena haber llegado tarde!”
¿Qué responder a esta gente?
“No te preocupes; ahora empieza el nuevo día para ti; ahora empieza el nuevo día para todos”.
Y ahora viene la dura respuesta del patrón, que es Dios, y quiere que asimilemos su justicia:
Él contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy siendo injusto; ¿no habíamos cerrado trato en un denario? Entonces toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso? Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
Son duras las palabras que Jesús dirige a los trabajadores de la primera hora, a los comprometidos, a los que han trabajado toda su vida. Son los cristianos con los que siempre podemos contar los sacerdotes cuando en la parroquia los necesitamos. ¿Por qué emplea esta fuerte expresión: “Toma lo tuyo y vete”?
Jesús quiere liberar a estos cristianos que son esclavos de la espiritualidad de los méritos, porque estas personas no pueden ser felices; no se dejan involucrar en la gratuidad del amor del Padre del cielo; no reproducen este amor gratuito de su Padre. Se regodean en su egoísmo y por eso después se sienten descontentos en la comunidad de hermanos.
Es como si Jesús los amonestara diciendo: “Incluso cuando haces el bien, sigues siendo un egoísta que piensas en ti mismo; eres un cristiano mezquino, incapaz de alegrarte vayas donde vayas y veas algo de bueno, algo de bien” ...
¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso? Con esta perífrasis reprende el patrón de la viña al trabajador insatisfecho. Pero la traducción correcta es: “Tu ojo es malo porque yo soy bueno”. Se trata de una expresión hebrea empleada por Jesús ―עין הרע(ayin rah)― para decir: “Tienes un ojo que ve mal; no ves y no sabes reconocer la bondad de Dios”.
La parábola termina con esta autopresentación de Dios: “Yo soy bueno, soy amor gratuito, y si eres hijo y quieres ser hijo de este Padre debes regocijarte allí donde veas gente feliz, aunque desgraciadamente se hayan dado cuenta demasiado tarde de que la alegría reside en el amor gratuito”.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.