Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Un buen domingo para todos.
El pasado domingo escuchamos al Bautista que predicaba un bautismo de conversión. Convertirse significa dar vuelta completamente la escala de valores que guía nuestra vida. Si en la cima teníamos el dinero, la carrera, el éxito… O, un poco más abajo, la familia, luego también la fe, el evangelio en los paréntesis de tiempo, naturalmente. Convertirse quiere decir dar vuelta esta escala de valores. Por eso es importante poner arriba la búsqueda del sentido de la vida, el conocimiento de Cristo. Luego todos los otros valores, que son importantes, incluso el dinero, pero a su puesto.
Nuestra tentación es la de invertir esta escala de valores. Y convertirse es tomar conciencia de lo que es realmente importante, cuál es lo más importante. Luego el Bautista continúa su predicación diciendo: ‘Produzcan frutos dignos de la conversión’. Esto es, lo primero es cambiar la cabeza, poner el debido orden en la mente, luego se necesita la consecuencia: los frutos de este cambio, de esta conversión. Hoy el Bautista explica en qué consisten estos frutos, resultado de la conversión. Son frutos (en plural) que indican cuando la presencia de esta conversión es auténtica. Y se introducen tres categorías de personas que se dirigen al Bautista para saber qué es lo que deben hacer.
Estos tres grupos de personas hacen la misma pregunta. El primer grupo es el de la muchedumbre que preguntan: “¿Qué debemos hacer?” Escuchemos:
“La multitud preguntaba a Juan: ¿Qué debemos hacer? Les respondía: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida”.
Esto se aplica también a todos nosotros. Cuando escuchamos algunas reflexiones sobre el evangelio y nos incomoda. Anteriormente, estábamos tranquilos con nuestras prácticas religiosas, pensábamos que estábamos al día con Dios, luego nos dimos cuenta de otra cosa… y nos preguntamos: ‘si yo tomo en cuenta seriamente lo que Jesús dice, las opciones de mi vida se complican. Anteriormente nos sentíamos a gusto con nuestra manera tranquila de vivir, con mis oraciones, con mis devociones, pero ahora el evangelio me está pidiendo algo muy costoso’.
De hecho, Jesús es muy exigente. El encuentro con Cristo y con su evangelio provoca siempre un trastorno en la mente y en el corazón, si estamos abiertos a la luz del Espíritu. Y, luego, aparece espontáneamente la pregunta: Entonces, ¿qué debo hacer? ¿Tomo en serio lo que Jesús pide o sigo adelante con mi vida… que no es tan mala, pero es un seguimiento limitado? La conversión moral, o sea, el cambio de vida viene solamente después del cambio de la mente y del corazón. Primero hay que crear las convicciones, luego se hacen las opciones motivadoras y convincentes.
Esta pregunta que la muchedumbre ponen al Bautista aparece varias veces en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando después de la pascua Pedro dice a la muchedumbre: “No recibieron al Mesías, han cometido un crimen, han condenado y ajusticiado al Mesías de Dios”. Y la muchedumbre le pregunta: ‘Entonces, ¿qué debemos hacer?’. También Pablo, una vez convertido dice: ‘Señor, ¿qué debo hacer?”. Esta es la pregunta que también nosotros debemos hacer. Si estamos decididos a seguir las opciones propuestas que nos hace Jesús de Nazaret, nos ponemos esta pregunta de frente a nuestras opciones concretas: ‘¿Qué debo hacer?’. Si queremos que Cristo entre en nuestra vida… y estamos en el tiempo de la espera, de la reflexión para poder dejarlo entrar realmente en nuestra historia, porque la Navidad no es una fiesta sentimental, con muchas emociones, música, luces… está bien, pero dejar entrar a Cristo en nuestra vida es algo que disturba. Nos da un poco de miedo. Tengamos presente que si él viene es solamente para traernos alegría, la realización de nuestra vida. Esta es la razón por la que él viene a nuestra vida.
Tratemos ahora de tomarlo en serio con la respuesta que el Bautista da a la muchedumbre: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida. El primer pedido que hace el Bautista y que tenemos que hacer nuestro si realmente queremos que Jesús venga a nuestra vida, es el desapego de los bienes de este mundo. Son importantes, pero hay que dejarlos en su lugar. Hay que dominar el instinto que nos lleva a acumular, a acaparar los bienes de este mundo como si nunca tuviésemos suficiente. A pensar en nosotros mismos, a olvidarnos de aquellos que realmente lo necesitan. Este es nuestro instinto. El Bautista nos pide dominar este instinto y compartir con los que tienen necesidad y, por tanto, si tienes dos túnicas, da un a quien no la tiene.
Este es el primer fruto de la conversión. De lo contrario no nos hemos convertido. Creo que si hoy, esa muchedumbre se hubiese dirigido a nosotros, los cristianos, con esta misma pregunta: ‘¿qué debo hacer para ser un buen cristiano, para que el evangelio penetre en mi vida?’ Creo que muchos de nosotros podríamos dar buenas sugerencias, por ejemplo, no cometer adulterio, no robar, no engañar… El Bautista no recomienda evitar estos pecados. Habla de un pecado que nosotros frecuentemente olvidamos: el pecado de omisión. Pues, convertirse quiere decir dejar de cometer este pecado, según el Bautista. La carta de Santiago dice: “Si sabes hacer el bien y no lo haces, es un pecado”. La primera carta de Juan, en el capítulo 3 dice: ‘Si uno tiene riquezas de este mundo y ve que su hermano tiene necesidad y le cierra el corazón ¿cómo podrá permanecer en él el amor de Dios?’. Este es el pecado de omisión. Si un hermano pasa necesidad y yo miro para la otra parte, no hago el bien a que estoy llamado a hacer. Juan dice: “Hijo, no amemos de palabra o con la lengua, sino con hechos y en la verdad”.
El Bautista no propone un ideal de renuncias, de pobreza para que algún héroe practique y se retire a un convento… sino que es la propuesta para prepararse para entrar en una sociedad nueva; una sociedad donde no se acumula, no se acaparan los bienes de este mundo y se está atento a las necesidades del hermano. Se comparte. Se tiene presente que los bienes de este mundo son para todos los hijos e hijas de Dios. El amor al prójimo nos lleva a mantener solo lo que es necesario y nada más. Es provocativo lo que pide el Bautista sugiere a la multitud. La vieja justicia era darle a cada uno lo suyo. Lo que uno ha conseguido con su propia capacidad para sí mismo, sea mucho o poco… Esta justicia se acabó. Es que la justicia de Dios tiene como condición previa la paternidad de Dios que quiere que todos sus hijos e hijas sean felices, que tengan una vida digna. Esta es la consecuencia de la paternidad de Dios: la fraternidad entre todos.
Cualquier clase de acumulo, más de lo que es necesario, es un robo al hermano que pasa necesidad. Por tanto, hay que estar atento a esta llamada a evitar el pecado de omisión: no hacer el bien que uno sabe que debe y puede hacer. Este es el primer requerimiento si se quiere aceptar al Mesías de Dios. De otra forma aceptaremos a otros mesías que son de nuestro gusto. Tomemos en serio esta primera respuesta que da el Bautista para responder a la pregunta que le hizo la gente.
Escuchemos ahora lo que el Bautista sugiere al segundo grupo:
“Fueron también algunos recaudadores de impuestos a bautizarse y le preguntaban: Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les contestó: No exijan más de lo que está ordenado”.
Los encargados de cobrar los impuestos no eran bien vistos. Los publicanos eran las personas más impopulares en Israel, no solamente por su profesión que no inspiraba nada de simpatía, sino por la manera como la ejercían. La razón es el pago de los impuestos se hacía con un contrato, una suma establecida, que debía ser presentada a la administración romana. El resto era la comisión de estos publicanos y entonces es fácil adivinar las trampas, los subterfugios, los abusos de poder. Para tener una idea es suficiente leer lo que dice Cicerón contra los robos de Gaius Verres, durante los tres años que fue gobernador de Sicilia, y entonces se entiende muy bien lo que pasaba en tiempos de Jesús.
Además, los publicanos no eran vistos porque eran los colaboradores del sistema opresivo y, especialmente, eran considerados los renegados porque cuando tenían que entregar lo estipulado por las autoridades, debían rendir culto, ofrecer un sacrificio al dios emperador. Estas personas se presentan al Bautista y le preguntan: “Nosotros, que tenemos esta profesión, ¿qué debemos hacer?”. Creo que nosotros esperaríamos que el Bautista les impusiese cambiar de profesión. Pero, NO. Porque es necesario pagar los impuestos y se requiere a alguien que lo haga. Los impuestos se pagan, cualquiera sea el sistema político y económico vigente. ¿Qué les pide el Bautista? Trabajen de manera diferente en esta profesión.
No les impone que huyan del mundo y lleven una vida ascética como lo hace él en el desierto. Les dice que esta profesión puede realizarse de manera diferente. Y, de hecho, cualquier profesión… Esta es la reflexión que podemos hacer nosotros que nos estamos preparando para recibir a Cristo en nuestra vida. Todos tenemos una profesión que se puede llevar a cabo de varias maneras. El mismo servicio… ya sea la enseñanza, las enfermeras, el portero de un edificio, puede realizarse con una competencia profesional, muy coherente por supuesto, pero esto no es suficiente. La sonrisa, la gentileza, la afabilidad con las personas a quienes se les presta un servicio no entran en el contrato profesional, pero forman parte de la nueva manera de realizar la propia profesión.
Una cosa es ser severo en la observancia del contrato y otra cosa es realizarlo con la atención de quien se siente siervo del hermano. Si queremos recibir a Cristo en nuestra vida, esta es la nueva manera de realizarlo como un servicio a los hermanos.
Escuchemos ahora las sugerencias del Bautista al tercer grupo:
“También los soldados le preguntaban: Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Les contestó: No maltraten ni denuncien a nadie y conténtense con su sueldo”.
El tercer grupo son los soldados: “Y, nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Nosotros esperaríamos que a estos mercenarios de Herodes el Bautista les dijese: ‘dejen las armas’. El Bautista tiene presente que la situación no es la de un tiempo de guerra, sino de un tiempo de paz. No hay saqueos, derramamiento de sangre y los soldados deben mantener el orden solamente, impedir la violencia y, por tanto, los saldados son necesarios. ¿Cuál es el peligro? El de ejercer este servicio desde una posición de fuerza, abusar del propio poder. Tienen las armas a mano, por tanto, pueden levantar la voz, ofender, intimidar, abusar.
La recomendación del Bautista, que también es válida para todos aquellos que hoy están tentados de abusar de su posición. Puede ser una posición social, o una posición en determinada actividad… pueden abusar de su poder. El Bautista les dice: “No maltraten…”. El verbo griego es ‘diaseiso’, que quiere decir, sacudir, hacer temblar, extraer. Nos puede pasar también a nosotros que no tenemos la espada en mano, pero cuando tenemos un poco de poder, podemos sacudir, hacer temblar. Esto no se puede hacer en el mundo nuevo si queremos verdaderamente que Cristo y su evangelio entren en nuestra vida.
Segunda recomendación: no recurran a intimidaciones denunciar falsamente. No hagan chantajes. Y el tercer pedido: “Conténtense con su sueldo”. El peligro es abusar de las armas y, por tanto, no estar satisfecho con el sueldo y buscar algo extra que pueden obtener con las personas con quienes están en contacto. Notemos que el Bautista no pide a nadie de estos grupos una práctica religiosa. Ha pedido la conversión de la mente que llama enseguida a un cambio de vida en la relación con los hermanos. La oración sirve para asimilar el mensaje evangélico para nosotros para luego poner en práctica esta luz que se ha recibido aceptando y escuchando la palabra del Maestro.
Luego tenemos una expectativa de este pueblo. Escuchemos:
“Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban por dentro si Juan no sería el Mesías, Juan se dirigió a todos: Yo los bautizo con agua; pero viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno para soltarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Ya empuña la horquilla para limpiar su cosecha y reunir el trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que no se apaga. Con otras muchas palabras anunciaba al pueblo la Buena Noticia”.
En Adviento estamos esperando la venida del Señor. Nos estamos preparando para dejar entrar al evangelio, a Cristo en nuestra vida. En tiempos del Bautista todo el pueblo estaba a la espera. ¿Qué esperaban? Que finalmente se realizaran las profecías pronunciadas por sus antepasados. ¿Cuándo será que el Señor de comienzo al mundo nuevo que ha sido prometido? Se esperaba un cambio en el mundo, el fin de un mundo antiguo y el comienza de un mundo verdaderamente humano. Preguntémonos ¿qué es lo que nosotros esperamos? Si dejásemos entrar al evangelio en nuestra vida, en nuestra sociedad se realizaría este mundo nuevo. Tratemos de preguntarnos: ¿Qué esperamos de esta Navidad?
Ciertamente queremos la paz, el amor, la fraternidad… todo esto, pero ¿cómo? La esperamos con la realización de nuestros criterios, de nuestros modelos, impuesto también a los demás. O sea, esta paz que queremos debe llegar cuando finalmente nosotros lleguemos a imponer nuestra manera de pensar. Pero la verdadera paz la podremos obtener si nosotros acogemos su propuesta de mundo nuevo. Esta es la salvación que la persona debe buscar: la de dejarse liberar de los instintos que impiden realizar una humanidad como la quiere Dios.
Y Juan les responde a todos con tres imágenes que necesitamos comprender. Lo primero que dice hay dos bautismos, uno como el mío, con agua que limpia lo exterior de la persona, pero está por venir uno que trae un agua que no limpia lo externo, sino que se transforma en vida dentro de la persona. Igual que en las plantas hay un agua que limpia desde fuera, pero hay un agua que se transforma en savia, que se transforma en vida que luego da fruto. Esta es la comparación empleada por el Bautista: el Mesías traerá un agua que se transformará en vida, en savia de vida.
Esta ‘agua’ que Jesús trajo al mundo es la vida de Dios, es el Espíritu, es la vida de amor, es la vida del Padre del cielo que ha de ser donada a todos sus hijos e hijas. Cuando esta vida se manifiesta, crea una sociedad nueva y un mundo nuevo. Esta es la primera imagen empleada por el Bautista. La segunda: el fuego. Se ha entendido mal a este ‘fuego’. Fuego… que destruye a los pecadores… que los hace sufrir con castigos… ¡Basta con todo esto! El único fuego es el Espíritu, el fuego que descendió en Pentecostés y que tiene como misión quemar todo el mal que existe en el mundo, toda la cizaña, para que pueda crecer una humanidad nueva. Y Jesús habla en el evangelio de este fuego que vino a traer al mundo y que ruge “Y como querría que este fuego estuviera ya ardiendo” (Lk 12,49).
Lo podemos entender bien cuando pensamos incluso en nuestra vida. A cuántas pulsiones, a cuántos instintos que nos llevan a comportamientos que nos deshumanizan. Pues bien, Jesús vino a traer al mundo este fuego nuevo que quema esta iniquidad que se encuentra dentro de nosotros y que permite a la vida divina manifestarse concretamente en nuestra vida.
La tercera imagen es la de la horquilla. Sabemos para qué se usa la horquilla. Después de recoger el grano y para separar el grano de la paja, se esperase que hubiese un buen viento y se agitaba al viento y la paja era echada fuera y solo quedaba el buen grano. ¿Cuál es el equívoco en la interpretación de esta comparación? Se pensaba que la paja eran los hijos de Dios malos, que eran tirado fuera, quemados, y luego iban a parar al infierno. Esta es una interpretación blasfema.
Se trata de una noticia estupenda: con la venida de Cristo y, para nosotros, con la llegada del Evangelio, este Evangelio actúa como un viento que echa fuera toda la paja y deja el buen grano. Nos estamos preparando para recibir este evangelio, porque lo que hacemos en Navidad no es celebrar un cumpleaños, sino acoger finalmente a Cristo en nuestra vida. Y cuando Cristo llega con su palabra, con su evangelio, actúa como la horquilla, como ese viento que echa fuera toda la iniquidad. Si realmente dejásemos entrar al evangelio en nuestra vida, todo lo que nos hace infeliz, que nos deshumaniza vendrá eliminado. Se acabarán las guerras, porque los odios, la agresión, serán eliminados por este fuego que Jesús trajo al mundo.
La frase conclusiva con la que el evangelista comenta el mensaje del Bautista es muy hermosa y muy importante y desmiente cualquier otra interpretación terrorífica del texto que hemos escuchado: la del fuego, la de la paja que se echa fuera. Dice Lucas que el Bautista “Con otras muchas palabras de consolación anunciaba al pueblo la Buena Noticia”. Lo que el Bautista ha pronunciado no eran amenazas, eran palabras de consuelo y de esperanza; eran un evangelio, una buena noticia. Dejar entrar al evangelio y a Cristo en nuestra vida: ésta es la gran noticia. Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.