Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Un buen domingo para todos.
A pesar de algunas disputas, en general, los hermanos se aman mientras viven los padres, incluso ancianos o enfermos. Los hermanos tienen un punto de referencia y una razón para reunirse, pero cuando los padres ya no están presentes, las relaciones comienzan a diluirse y uno se tiende a centrar en sus propios intereses, en los hijos y los nietos y cada vez se ven menos. Pero los verdaderos problemas suelen surgir cuando hay que dividir la herencia. La herencia que hay que dividir es la que divide las familias, porque cuando se trata de dinero, incluso las mejores personas pueden perder la cabeza y no ver nada más que su propio interés. Y esto también se da entre los cristianos.
Es raro encontrar a hermanos creyentes que, antes de empezar hablar de la herencia toman el evangelio en sus manos porque quieren seguir no los criterios de este mundo sino los de Jesús de Nazaret que nos propone el evangelio. Y esto es muy raro. Y esto sucede incluso entre los cristianos porque ocurre que hay un hermano que no tiene casa y otro que tiene cinco o seis casas, pero exige lo que le corresponde. A veces, con la ayuda de algunos amigos sabios, las partes consiguen llegar a un acuerdo, pero otras veces las discusiones conducen a ofensas, alimentan los rencores que duran años y a veces los hermanos ya ni siquiera se hablan entre ellos.
Estas cosas pasan hoy y pasaron en tiempos de Jesús. ¿Por qué? Porque los criterios de la gestión de los bienes son los mismos hoy que entonces, y si los criterios subyacentes son los mismos no es de esperar que den resultados diferentes. Habrá desacuerdos, odio, rencores, conflictos y no tiene sentido resolver un caso concreto… sí, se puede resolver, pero hay que curar el problema de raíz. Son los criterios de la gestión de los bienes los que deben verificarse. Es lo que Jesús hará en el pasaje del Evangelio de hoy. Escuchamos lo que sucedió:
“Uno de la gente dijo: Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Jesús le respondió: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes? Y les dijo: ¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”.
Jesús estaba en medio de la muchedumbre, dirigiendo palabras sentidas a sus discípulos, anunciándoles que a causa del evangelio se enfrentarían con oposición y persecución. Recomendaba: ‘No tengan miedo; podrán incluso quitarles la vida, pero un día se revelará quién hizo la elección correcta y quién, en vez, arruinó su existencia’. Hablaba de un tema muy importante cuando uno de los asistentes intervino, lo interrumpió. Habríamos esperado que pidiera una aclaración o presentara una objeción, NO. No parece que le interese el tema; quiere que Jesús le resuelva su problema, quiere que Jesús tome partido por él con respecto a la herencia.
El que dividía esta herencia debía ser el hermano mayor que según la torah tenía derecho a los dos tercios de la herencia porque tenía la obligación de mantener a su madre si aún vivía y también a sus hermanas si todavía no se habían casado. Probablemente no había respetado las normas y el hermano menor estaba sufriendo injusticia. Esta es la razón por la que apeló a Jesús, ¿Qué habríamos hecho nosotros? Hubiéramos pensado dos veces antes de involucrarnos en este asunto porque sabemos que es siempre muy delicado. El libro de los Proverbios, en el capítulo 26, dice que involucrarse en una discusión, en una disputa que no nos concierne, es como agarrar a un perro enfadado por las orejas; mejor no hacerlo.
Lo más probable es que nos hubiésemos sentido un poco molestos porque alguien nos interrumpiera mientras manteníamos nuestro discurso y molesto sobre todo por la manera, por el imperativo: ‘Di a mi hermano’; en realidad, el verbo griego es un imperativo aoristo 'eipé' y, por tanto, debe traducirse: ‘Di inmediatamente a mi hermano que me dé lo que me corresponde’. Este imperativo lo escuchamos a menudo dirigido también a los sacerdotes: ‘Padre, diga a mi marido, diga a mi hijo, diga a ciertos cristianos…’.
Jesús dice: “Amigo ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” Parece una respuesta poco amable. En realidad, Jesús simplemente quiere marcar un cierto distanciamiento del tema; ha hablado de la herencia dos veces, pero no de la que su interlocutor tiene en mente. Un doctor de la ley, le preguntó un día, “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Uno no puede darse la vida, se recibe en herencia. También la vida del Eterno sólo se puede recibir en herencia, uno no se la puede dar. Y cuando la vida biológica termina, si no se recibe esta herencia, todo se acaba. Y Jesús dará la respuesta de cómo prepararse para recibir esta herencia.
Otra vez un noble rico, que le hace la misma pregunta de cómo heredar la vida del Eterno. Jesús también le responderá diciendo, ‘vende todo que tienes, distribúyelo a los pobres y recibirás esta herencia’. En un diálogo que tiene Jesús con sus discípulos vuelve a introducir este discurso sobre la herencia: ‘Quienes hayan dejado casa, campos, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos por la causa del evangelio recibirán cien veces más aquí en este mundo, y luego la vida eterna en herencia’.
Esta es la herencia que realmente interesa a Jesús. Muestra claramente un cierto desapego de esta herencia de la que habla este hombre. La respuesta de Jesús: ‘Amigo’; lo llama amigo, sin nombre, precisamente porque el mensaje se dirige a todos nosotros; es una nueva lógica para unir a la humanidad. “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” ‘No soy un escriba, no soy un rabino’; ellos están al acecho de estos problemas porque ganan mucho dinero, como los abogados de hoy. Ellos son las autoridades constituidas para resolver estos casos según los criterios de su justicia. Dentro de poco veremos que son criterios que Jesús no acepta porque de estos criterios nacen los desacuerdos, los odios e incluso las guerras. Jesús quiere introducir su justicia en el mundo; una nueva justicia.
De hecho, nos invita ahora a buscar la raíz del mal para diagnosticar la enfermedad. ¿De dónde provienen los problemas, esta discusión, este argumento que tienes con tu hermano? Primero, es por no tener claro a quién pertenecen los bienes de este mundo, quién es el propietario’. Es necesario aclararlo de lo contrario hay problemas. Para los paganos los bienes de este mundo pertenecen a los que han tenido la suerte de encontrarlos en sus manos, los ganaron a los que los han acumulado legalmente lucrándose en el intercambio, nunca en el trabajo; en el trabajo uno no se enriquece; es en el intercambio que uno gana, y está claro que, si es suyo, uno puede administrarlo incluso cuando esté muerto, es decir, puede dejarlas en herencia si son suyos. Jesús dice que no son suyos. Esta justicia practicada por los hombres que produce todos esos problemas es una mentira porque nada pertenece al hombre. Todo es de Dios, todo es su don.
El salmo 24, en el primer versículo, dice: “Del Señor es la tierra y de todo lo que contiene”. Esta es una verdad innegable; nada es nuestro. Los bienes materiales son de Dios que ha preparado para atender a las necesidades: alimentación, vestido, salud de todos sus hijos e hijas. Y también son suyos los bienes espirituales: la inteligencia, la capacidad; la vida misma no nos pertenece, nos ha sido dada. Todo lo hemos recibido como regalo. Esta es la verdad.
Entonces, si solo Dios es el amo, sólo Él puede dejarlo en herencia; no el padre biológico porque no es el amo; es Dios quien puede dejar en herencia, de generación en generación, a todos sus hijos e hijas. De hecho, en Israel, la tierra de la que el pueblo recibía sus alimentos (todos eran agricultores y ganaderos), no se podía comprar o vender porque la tierra era de Dios. Podía dejarse en herencia permaneciendo siempre propiedad de Dios; por tanto, no era posible añadir casa a casa, campo a campo; esto era actuar fuera del plan de Dios.
Y ahora la denuncia de Jesús: De la causa de todos los males, de las divisiones, incluso de las guerras (dice): “¡Estén atentos y cuídense…”! Traduzcamos literalmente el significado de los imperativos griegos presentes, que significan ‘sigan teniendo cuidado’, continúen a mantenerse alejados de todo tipo de codicia. Aquí está el mal, el peligro que tiene un nombre, en griego πλεονεξίας = ‘pleonexías’, que viene de ‘pleon éfein’, querer tener siempre más; la codicia de tener cada vez más. Esta es la enfermedad, el peligro del que Jesús quiere advertirnos. Nos deshumanizamos si nos dejamos involucrar en este mal.
¿De dónde viene esta avidez innata que todos experimentan, ese frenesí de querer acumular siempre más? Proviene del deseo que todos experimentamos de aferrarnos a la vida. Vemos que la vida se nos escapa de las manos, como dice el sabio: Cada segundo que pasa es vida que se va. ¿Cómo retenerla? Ese es el engaño; el miedo a la muerte nos dice que nos aferremos a los bienes de este mundo. Ellos alimentan la vida, pero te engañan pensando que, al poseer estos bienes, a través de ellos, retienes la vida.
La ‘pleonexía’ es la hija primogénita del miedo a la muerte. Es una ilusión; es la solución que te ofrecen los bienes. Jesús no desprecia los bienes materiales como hacían los filósofos cínicos, pero ¡ay! si su acumulación se convierte en el objetivo de la vida. Continúa diciendo Jesús: ‘aunque se tengan en abundancia, el éxito de una vida no depende de la acumulación de bienes’. Hoy, si uno quiere ser alguien, debe tener mucho dinero. Este es el engaño; Jesús dice que el éxito de una vida no se mide por los bienes que uno ha acumulado. Esto es una locura.
La sabiduría evangélica la encontramos en un texto muy hermoso de la primera carta a Timoteo, capítulo 6,7ss. Quiero leerles este breve pasaje: “Nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos”. No son nuestros. Hemos encontrado los bienes que necesitamos que son de Dios. “Contentémonos con tener vestido y alimento. Los que se afanan por enriquecerse caen en tentaciones y trampas y múltiples deseos insensatos. La raíz de todos los males es la codicia; por entregarse a ella, algunos se alejaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos”. Se engañan con bienes.
Y quiero leerles un pasaje del libro del Qohelet; es uno de los hombres más sabios que la humanidad haya conocido. En el capítulo dos de su libro hace una reflexión; se imagina que es Salomón, que tuvo todo en la vida. Ha podido acumular todos los bienes, y escuchen lo que dice en nombre de Salomón. Ahora habla en nombre de Salomón: “Traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad… Hice obras magníficas: me construí un palacio, me planté viñedos, me hice huertos y parques… adquirí esclavos y esclavas… me conseguí muchas mujeres hermosas que son la delicia de los hombres. Fui más grande y magnífico que todos los que me precedieron en Jerusalén. No negué a mis ojos nada de cuanto me pedían”. Conclusión: “Aborrecí la vida”. Un hedonista que llega al final odiando la vida. La administración de los bienes que deberían ser por la vida, si se gestionan por ‘pleonexía’, esta enfermedad te lleva al final a odiar la vida.
Vayamos ahora a la parábola que Jesús narra para confirmar lo que está diciendo:
“Y les propuso una parábola: Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha. Él se dijo: ¿qué haré, si no tengo dónde guardar toda la cosecha? Y dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis bienes. Después me diré: Querido amigo, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta”.
Tengamos cuidado cuando oigamos una parábola porque el que nos la cuenta quiere que nos identifiquemos con uno de los personajes y Jesús es un maestro en el uso de parábolas. En nuestro caso no hay posibilidad de malentendidos, quiere que nos identifiquemos con ese agricultor afortunado, besado por la fortuna; quiere que lleguemos a decir, ‘me gustaría ser yo en lugar de ese hombre’. Y, de hecho, nos lo presenta de una manera extremadamente simpática; es un hombre trabajador y previsor; y es también bendecido por Dios porque el libro del Deuteronomio, en el capítulo 28 dice que ‘los frutos de la tierra son una bendición del Señor’.
Luego, no dice que fuera ladrón, que cometiera injusticias; así que es de suponer que era una persona honesta, por tanto, debería ser feliz, pero ahora tiene un problema, ¿qué haré con los bienes que tengo ahora? Ese agricultor eres tú. Toma nota de que tienes tantos bienes en tus manos y ahora tienes que decidir qué hacer. No se trata sólo del dinero sino de todos los bienes que constituyen la riqueza de tu persona, tu inteligencia, tus habilidades, tu buen carácter, la buena suerte que has tenido de poder estudiar y obtener dos o tres títulos… ahora, ¿qué haces con esta riqueza?
Existe una página memorable de Basilio de Cesarea. Quiero leer un pequeño extracto: ‘Noten, este agricultor es infeliz por la fertilidad de sus campos, por lo que tiene y más infeliz aún porque no sabe qué hacer con ellos. ¿Qué le espera? Para él, la tierra no produce bienes sino suspiros; la abundancia de frutos le da mucha preocupación y ansiedad. Se queja como los pobres. Su grito, ¿’qué haré’, no es el mismo que el grito del indigente? ¿Dónde encontraré la comida, la ropa? El rico hace el mismo lamento; se aflige. Lo que trae a otros la alegría lo mata a él, no se alegra cuando los graneros están llenos. Las riquezas sobreabundantes e incontenibles le hacen daño. Teme que unas gotas la humedezcan. Es motivo de preocupación, como un hombre indigente'.
“Qué haré?” Su razonamiento ocupa la parte central de la parábola; y encuentra la solución: “derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis bienes”. Esta es la elección que hace. Jesús dice, ten cuidado porque tú también razonas de la misma manera. Entonces, esta riqueza que tengo la guardo para mí. El agricultor hace la solución equivocada. En lugar de dejar que estos bienes lleguen al destino para lo que fueron hechas, se ha entregado en nuestras manos; esta fortuna tiene destinatarios. Él las bloquea, las retiene para sí mismo. En lugar de saciar el hambre, en lugar de responder a las necesidades de los que tiene a su lado, con los graneros impide que los bienes lleguen a los destinatarios.
“Después me diré: Querido amigo, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta”. ¡Qué tristeza! Sólo que ahora este hombre se da cuenta de que la vida también es comer, beber, descansar, de gozar… No, ha pasado la vida acumulando, no ha vivido. Notemos también de que no planea juergas desenfrenadas, no… estas las encontramos en capítulo dos del libro de la Sabiduría, en boca de los jóvenes que dicen, ‘nuestra vida es corta y, por tanto, disfrutemos de ella, disfrutemos de los bienes presentes, aprovechemos a las criaturas con ardor juvenil, embriaguémonos de vino exquisito, de perfumes, no perdamos nada en la primavera de nuestra vida; coronémonos de capullos de las rosas antes de que se marchiten’. No; esto es un himno al hedonismo desenfrenado que también sentimos en nuestra sociedad actual.
A través de la mirada de este agricultor captamos su ideal de vida, que puede ser el nuestro. Si Jesús consigue hacernos identificar con este personaje, vemos que la pleonexía, la acumulación de bienes lleva a razonar de esta manera: ‘ahora puedo descansar y disfrutar de la vida’. Este es el resultado. Un programa de vida infeliz porque está desprovisto de amor; este hombre está sólo. Nos preguntamos si este hombre tenía familia, esposa e hijos; si tenía vecinos, trabajadores… Por supuesto, estaban a su lado, él vivía entre personas, pero no las veía. No tenía tiempo por estas personas, no tenía energía para gastar, no podía pensar en ellos, no cultivaba sentimientos. Tan solo se interesaba por quien hablaba de bienes y sugerían cómo conseguir buenos resultados en el campo; pensaba en las cosechas, en los graneros.
En su mente no había nada más y, por supuesto, el que estaba excluido de todo era Dios. Los bienes eran el ídolo que le creó el vacío que le rodea, le deshumaniza. Nos damos cuenta de que, en esta parábola, en este monólogo del agricultor, se utilizan 59 palabras. Catorce se refieren a ‘yo’ – ‘mío’. Existe solo él. Este es el peligro que Jesús quiere denunciar. Te agrada este agricultor, pero ten cuidado porque también te implicas a ti mismo en el uso de estos bienes, ¿qué voy a hacer? Voy a disfrutar de la vida, descansar y ahora puedes hacer lo que quieras… Te has replegado en ti mismo. Las posesiones producen este problema: te hacen olvidar a los destinatarios de tu fortuna.
Un viejo rabino estaba hablando del peligro de las riquezas y le dijo a uno de sus discípulos, ‘ve a la ventana y mira a través de la ventana, ¿qué ves?’ ‘Veo un pobre que pide limosna; veo también a una madre con un niño en brazos; y un jornalero conduciendo un burro cargado’. Entonces el rabino tomó un papel plateado; (en hebreo plata se dice ‘kesef’ y también significa dinero). Puso el papel plateado en la ventana y se convirtió en un espejo. Y luego le dijo a su discípulo que fuera a mirar por la ventana, ‘¿qué ves?’ ‘Me veo a mí mismo’. ¿Comprendiste? Si pones el dinero delante de tus ojos ya no ves a las personas, sólo ves lo que te interesa. Este es el peligro de la riqueza.
Ahora que Jesús ha conseguido que simpatices con este agricultor, es para hacerte entender que eres tú el afortunado que tiene todos esos bienes para gestionar. Si piensas en administrarlos como este agricultor, eres un fracasado en la vida. De hecho, ahora entra otro personaje cuyo juicio es el que cuenta al final. Escuchemos cómo piensa:
“Pero Dios le dijo: ¡Insensato, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será? Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios”.
Ahora, de repente, en la parábola, entra en escena un segundo personaje que es Dios, y que no nos gusta mucho porque se comporta de forma incomprensible; no deja que este hombre, que ha trabajado tanto, disfrute de su pensión. No nos gusta este personaje y Jesús no quiere que nos guste, precisamente porque afecta a los razonamientos que ha hecho este agricultor y estos razonamientos son los nuestros. Si no nos gusta significa que ahora el juicio que es pronunciado por este personaje que es Dios, nos toca a nosotros.
Claro que no fue Dios quien le hizo morir; se murió de estrés, demasiadas preocupaciones, problemas, el insomnio, todo ruido le quitaba el sueño porque pensaba que eran ladrones. Y también demasiado trabajo. En definitiva, murió de un ataque al corazón. El juicio: los proyectos que este hombre tiene en mente, el uso de sus bienes es muy pesado. Jesús dice que está loco; Jesús dice: ‘afron’, que en griego significa un inconsiderado, uno que no reflexiona, imprudente, un pobre hombre de quien hay que sentir compasión.
¿Por qué se le llama loco? Por varias razones. El primer error que cometió del cual luego derivaron todos los demás: no tuvo en cuenta que en algún momento viene la expropiación de estos bienes; no tuvo en cuenta que nuestra vida tiene un principio y una conclusión. La abundancia le ha hecho olvidar que la riqueza, los bienes, son precarios, y que es una tontería aferrar el corazón. A los ojos del mundo, el razonamiento de este hombre es considerado sabio; incluso muchos cristianos, cuando escuchan que uno puede permitirse comprar barcos, aviones, viajar al espacio, vienen a decir ‘qué suerte tiene’. NO, no tiene suerte, es un loco según el juicio de Jesús.
Este agricultor quería asegurar su futuro, pero se equivocó la manera; no apostó por lo que queda, sino por lo que perece; por lo que en las aduanas de la vida te requisan; allí no pasan los bienes que dispones, tus títulos son requisados, no cuentan para nada del otro lado. Allá pasa la manera cómo has administrado estos bienes. Si los has administrado por amor, el amor pasa por esa aduana.
La riqueza te engaña porque apartas de tu mente el pensamiento de la muerte. En el pasado este pensamiento se utilizaba para asustar. Hoy estamos en presencia del fenómeno opuesto, pero igualmente deletéreo. Se intenta hacer olvidar que en el mismo momento en que empezamos a vivir, también empezamos a morir. Mira hasta qué punto de locura te lleva la riqueza, precisamente en presencia de la muerte, porque la herencia se divide cuando hay un fallecimiento.
La avaricia hace que se elimine en ese momento el pensamiento de la muerte. Este es uno de los síntomas inequívocos de la locura. Este agricultor es paranoico, no vive en el mundo real sino en el que él mismo se ha construido, e imagina como eterno. El salmo 90 lo ha recordado: ‘Los años de nuestra vida son 70 u 80 para los más robustos. Enséñanos Señor a contar nuestros días y nos convertiremos en personas sabias’.
Este hombre es un paranoico, no entiende que al final sus bienes son requisados y entonces ¿qué piensa? Seguir disfrutando de ellos a través de los hijos, los nietos. ‘Eres un paranoico; tu vida ha terminado y cuando pasas por la aduana no puedes llevar estas mercancías’. El Qohelet no era un paranoico; lo escuchamos en la primera lectura; invitaba a reflexionar sobre la herencia y dijo sabiamente: "Entonces, ¿qué saca el hombre de todas las fatigas y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? (Qo 2,22). Debo dejar los frutos a mi sucesor que no sé si será sabio o necio. 'El que no ha trabajado en absoluto disfrutará de los frutos de mi trabajo; incluso esto es vanidad y un gran mal’. También el Salmo 39: ‘El hombre pasa como sombra; acumula riquezas y no sabe a dónde irán a parar estas riquezas’.
Ahora viene el segundo error, que se denuncia al final de la parábola: Ha acumulado tesoros para sí mismo. No se condena el hecho de que haya producido mucha riqueza porque trabajó, porque se empeñó, tuvo suerte, sino porque ha acumulado para sí. Está loco porque no entendió que uno se convierte rico en humanidad, uno crece como hombre, no acumulando bienes para sí mismo sino dando estos bienes para hacer feliz a alguien, por amor, para darlos a los destinatarios que son los pobres que lo necesitan.
El programa de este agricultor para su futuro no es muy diferente de lo que se proponen muchos cristianos. Cuando dicen, ‘gasto como me parece’, ‘es el dinero que he acumulado con mi duro trabajo’, ‘puedo permitirme viajes, cruceros, vacaciones, fiestas…’. Razonas como el agricultor. Nadie te dice que no debes descansar, sino que vigiles; estás pensando en ti mismo, te arriesgas a cometer el pecado de omisión. Hay muchos hermanos y hermanas que necesitan tu servicio. Si te repliegas en ti mismo, si según tus posibilidades, capacidad, preparación, si no sigues haciendo el bien a tus hermanos hasta el final de tus días, para Jesús eres un loco.
El tercer error de este agricultor: no se enriquece ante Dios; ha excluido a Dios de su vida; lo ha sustituido por un ídolo. El objetivo de su vida era la riqueza; no pensaba en nada más. ¿Cómo se enriquece uno ante Dios? Jesús nos lo explica un poco más adelante en el evangelio según Lucas (Lc 12,33ss), cuando dice: “Consigan bolsas que no se rompan, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan, ni los roe la polilla, porque donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón”.
Sólo una cosa podemos llevar con nosotros al final de nuestra vida, que nos sigue a todas partes incluso más allá de la muerte. No los bienes sino las obras de amor; no lo que hemos tenido y acaparado para nosotros mismos, sino que lo que hemos dado. Esto lo podemos llevar siempre con nosotros, incluso más allá de la muerte.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.