Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: La paz esté con ustedes.
Feliz Pascua a todos.
En el texto evangélico de la semana pasada, el día de Pascua, se habían presentado tres personas enamoradas de Cristo que al amanecer fueron al sepulcro: La Magdalena, Pedro y el discípulo amado. Vieron la piedra corrida y la sábana doblada, el sudario… pero no el cuerpo de Jesús.
Esto sucedió en la mañana de Pascua. El evangelio de hoy narra la manifestación del Resucitado a los discípulos la tarde del mismo día. Y comienza diciendo dónde se encontraban. Estaban encerrados en casa, con la puerta trancada porque tenían miedo a los judíos. Notemos que no se dice que estuvieran los apóstoles o los Diez (diez porque ya no estaba Judas y en esta noche del día de Pascua también falta Tomás).
Mientras todos están encerrados dentro de casa, Tomás está fuera. Comienza a sernos simpático porque él no tiene miedo de estar fuera. Si se habla de ‘discípulos’ quiere decir que no se refiere solamente a los diez que estaban en el cenáculo, sino que se dirige a todos los discípulos. Por tanto, la experiencia que aquí se narra es la que deben hacer todos los discípulos. Tienen miedo a los judíos… Debemos aclarar que, en el evangelio de Juan, los ‘judíos’ no son todo el pueblo de Israel… NO.
En el evangelio de Juan son la imagen de los incrédulos, de aquellos que se oponen a la propuesta de mundo nuevo hecha por Jesús. Son aquellos que se sienten incómodos con la luz de Jesús y prefieren las tinieblas del mundo antiguo. Esta primera comunidad está asustada.
Es la imagen de la Iglesia cuando tiene miedo de quienes no aceptan la propuesta de hombre que Jesús hace. La propuesta de un mundo nuevo, de una nueva sociedad… Es la Iglesia que tiene miedo a enfrentarse con quienes piensan y viven de una manera diferente. Se encierra y enrosca, ve el mal por todas partes, aun donde no existe y se aísla porque teme no saber responder a los interrogantes que el mundo le pone. No sabe dar… piensa que no sabe dar las razones de las opciones que hace. Tiene miedo y se encierra en sí misma.
Y el miedo es siempre un mal consejero para la Iglesia porque la hace ser agresiva, intolerante, fanática como ha sucedido en la historia. En vez de dialogar y proponer sus propias convicciones, trata de imponerlas.
Cuando estudiamos la historia de la Iglesia recordamos algunos miedos: el miedo a la ciencia… cuando la Iglesia estaba totalmente cerrada al racionalismo, a los descubrimientos de Galileo, a las teorías evolucionistas. También el miedo a la democracia, el miedo a la libertad de conciencia.
Y también el miedo a los estudios bíblicos, a las nuevas interpretaciones que se realizaron por los nuevos descubrimientos históricos, arqueológicos. Y se necesitó un concilio para echar fuera todos estos miedos. Tampoco faltan hoy los miedos pues la Iglesia se debe enfrentar con la sociedad que conocemos bien y que siempre está menos inclinada a acoger las propuestas fuertes del Evangelio: la renuncia, el sacrificio, proyectos de vida costosos; todo esto está fuera de moda. Hoy se prefieren opciones menos difíciles… matrimonio hasta cuando dure… Es difícil formar una familia estable, comprometerse en una unión de amor fiel, incondicional… esto parece una propuesta de otras épocas. Se prefiere una vida que se podría llamar ‘consumista’: los placeres de los que puedo gozar inmediatamente. Está bien lo que me gusta.
Frente a esta sociedad y a este mundo, los discípulos pueden ser tentados de encerrarse, permanecer alejados por miedo a la confrontación, por miedo a ser tenidos por retrógrados, medievales, gente que no está de acuerdo con el tiempo presente y renunciar a lo que Jesús ha dicho: ser sal de la tierra y luz del mundo. Deben permanecer en el mundo. Preguntémonos cómo es que los discípulos en la noche de Pascua tienen miedo. La razón es que todavía no habían hecho la experiencia del encuentro con el Resucitado.
Y todos nuestros miedos tienen siempre el mismo origen: falta la luz del Resucitado que debe iluminar en todo momento las decisiones de nuestra vida. Creo que aún entre nosotros suman más los admiradores de Jesús de Nazaret y de sus propuestas morales, son más que aquellos que realmente ‘han visto’ al Resucitado. ¿Qué pasa con los discípulos en Jerusalén en la noche de Pascua a causa de sus miedos? Llega Jesús y está en medio de ellos. Los verbos empleados por el evangelista Juan son importantes.
Debemos tenerlo presente: no dice que Jesús ‘aparece’, se hace ver y luego desaparece. NO. Es una presencia que permanece en medio de la comunidad de los discípulos. Es el evento que cambia todo en esta primera comunidad de discípulos: la presencia en medio de ellos del Resucitado. Y cambia todo en la Iglesia de hoy cuando se toma conciencia que en la comunidad cristiana el Resucitado sigue estando presente. El evangelista Juan emplea un verbo especial para decir que han hecho esta experiencia del encuentro con el Resucitado… lo han visto o, mejor, se ha hecho ver.
Y se emplea el verbo ‘orao’. El domingo pasado distinguimos tres verbos… en nuestros idiomas tenemos uno solo: ‘ver’, pero en griego son tres verbos para decir ‘ver’ y están empleados por el evangelista. El primero: ‘blepo’ es el ver con la mirada material, lo que es verificable. Así la Magdalena vio la piedra movida. Luego tenemos otro verbo: ‘theoreo’: el que ha visto comienza a ir más allá, a reflexionar, es un ver que va más allá, se dirige hacia lo invisible. Luego tenemos otro verbo: ‘orao’.
Y este es el verbo que el evangelista Juan emplea para describir la experiencia que han hecho: han visto lo que con los ojos físicos no puede ser verificado. Ven lo invisible. Ven al Resucitado; esta mirada es la mirada de la fe, la mirada del amor. La mirada que permite contemplar y lo que es real pero que los ojos materiales no pueden verificar. El evangelista dice que en el día de Pascua los discípulos se dieron cuenta de una nueva presencia, una nueva manera de estar presente de Jesús en medio de ellos. Una presencia que supera todos los límites que pertenecen a este mundo, límites de espacio y tiempo. Y es una presencia que es actual hoy.
Si no tomamos conciencia de la presencia del Resucitado en medio de nosotros, aparecerán todos esos miedos que hemos mencionado y que se experimentaron en la historia de la Iglesia.
Escuchemos ahora lo que ven estos discípulos que están juntos por miedo más que por la fe en Cristo:
“Después de decir ‘paz a ustedes’, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.”
Cuando Jesús se manifiesta al grupo de discípulos reunidos en la tarde de la Pascua, el Resucitado les dice: “La paz esté con ustedes” y luego les muestra sus manos y el costado. No se trata de un gesto apologético como si Jesús quisiese demostrar su propia corporeidad resucitada. Debemos borrar esta imagen que vemos en las pinturas occidentales: Jesús que sale del sepulcro, con su cuerpo y regresa en medio nuestro. NO. Esta no es la resurrección.
La resurrección no es regresar a esta vida sino entrar en el mundo de Dios, en el mundo definitivo, el mundo donde todos nosotros entraremos. ¿Por qué muestra las manos y el costado? Una persona no se reconoce por las manos y el costado; a una persona se la reconoce por la cara. Pero, en vez, Jesús muestra su propia identidad en sus manos y en el costado. Por tanto, debemos contemplar bien esas manos porque son la revelación de las manos de Dios.
El Antiguo Testamento habla de las manos de Dios, pero la revelación del rostro de Dios y de sus manos es progresiva y la revelación plena de las manos de Dios la encontramos en las manos de Jesús de Nazaret. ¿Qué significan las manos? Las manos indican acción, las obras que uno hace. Y nosotros, mirando las manos de Jesús, vemos que él muestra su propia identidad por las obras que hace con sus manos. En general, cuando en el Antiguo Testamento se habla de las manos de Dios es en sentido positivo: Dios hace el bien con sus manos… Pero también tenemos referencias a manos que castigan. Cuando Dios extiende su mano sobre Egipto, llegan las plagas. También las amenazas de uno de los hermanos macabeos cuando le dice al rey: ‘tú no escarparás de las manos de Dios’. Es una amenaza. También en la carta a los hebreos tenemos esa expresión que refleja el lenguaje de las homilías rabínicas… ‘terrible caer en las manos del Dios viviente…”.
Pero, en vez, veamos la revelación plena de las obras realizadas por Dios a través de las manos de Jesús. La muchedumbre se maravilla de todo lo hecho por las manos de Jesús: cura, cuando encuentra al leproso Jesús extiende la mano y lo acaricia. También la hermosa escena de Jesús que toma en sus brazos a los niños y los acaricia con sus manos, les impone las manos. También las manos de Jesús que lavan los pies de los discípulos. Estas manos hicieron la propuesta del mundo nuevo, del servicio, del don de amor.
Y estas manos estuvieron también clavadas, bloqueadas por aquellos que querían perpetuar las obras ‘antiguas’. Son las manos del mundo antiguo, de las tinieblas, eran las manos que destruían, que agredían, que hacían guerras, cometían violencias. Manos que no ‘daban’ sino que ‘tomaban’, que acaparaban egoístamente. Este mundo antiguo quiso bloquear este mundo nuevo, hecho de servicio, de obras de amor, clavándolas sobre la cruz. Jesús presenta estas manos como su identidad.
Después de mostrar las manos muestra el costado de donde salió sangre y agua. La sangre en la cultura semítica indica vida, una vida que ha sido donada totalmente por amor. Y el agua es la vida nueva, la del Espíritu. Es el ADN divino que se nos ha dado. Las manos y el costado son, pues, la carta de identidad del Hijo de Dios. Y no solamente de Jesús. Deben ser la carta de identidad de todos los hijos e hijas de Dios, pues habiendo recibido el ‘espíritu’ de Cristo, la vida del Eterno que Jesús trajo al mundo, también para nosotros ahora es la carta de identidad. Y estas manos realizan solamente actos de amor.
Y cuando los discípulos vieron esta identidad del Resucitado, ‘se alegraron al ver al Señor’. Esta alegría nace con la armonía, con la propia identidad de hombre que vive según el diseño de Dios. La tristeza nace del pensar que el don de la vida, tal como lo vemos en Jesús, fuese un error. La alegría nace del descubrimiento que el amor que ha sido derramado no se acaba. Toda obra de amor permanece. Luego el Resucitado dice: “Así como el Padre me ha enviado, yo los envío a ustedes”. Hemos visto que estos discípulos estaban encerrados en casa por miedo. Ahora el Resucitado los invita a salir. A no tener miedo. Los envía al mundo.
¿Qué es lo que les pide que hagan? Envía a los discípulos para que muestren al mundo sus manos, que deben ser como las de Jesús. Envía a los discípulos para que le hagan al mundo una propuesta de manos diferentes: manos que se comprometen por la vida, no por la muerte; manos que no cometen violencia, sino que construyen un mundo de paz. La Iglesia existe para hacer presente y visible las manos del Señor, para realizar sus obras, para llevar a buen fin el mundo nuevo que él ha comenzado.
El mundo debe ver en las obras de nuestras manos las obras de las manos de Jesús. ¿Por qué Jesús hacía estas cosas con sus manos? ¿Por qué se movían sus manos de esa manera? Solo por amor. Porque estaba guiado por el Espíritu. Y en el día de Pascua Jesús ha comunicado este Espíritu a la comunidad de sus discípulos.
El verbo que el evangelista Juan utiliza es ‘ha soplado’ sobre ellos. Es un verbo muy raro. Aparece solamente dos veces en el Antiguo Testamento. La primera vez cuando la creación del hombre: ‘Dios ha soplado dentro del hombre su aliento’. Luego se lo menciona otra vez en el libro de Ezequiel cuando este aliento da vida a los huesos secos que están en la llanura. Y en el Nuevo Testamento solamente aquí.
Ahora podemos entender el significado que el evangelista quiere dar a este aliento del Resucitado. Es el hombre nuevo que es creado por el don del Espíritu, es la filiación divina. Y el texto continúa: “A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos”.
El Concilio de Trento afirmó que Jesús instituyó el sacramento de la penitencia con estas palabras. Le ha entregado a los discípulos el poder de perdonar los pecados. El sacramento de la reconciliación es, ciertamente, un don precioso que se nos da para recuperar la vida que estaba inclinada al pecado.
Pero las palabras de Jesús tienen un significado más profundo, más amplio. ‘Perdonar los pecados’: el verbo que aquí se emplea es ‘fiemi’ = echar fuera quiere decir hacer desaparecer el mundo injusto… ese mundo donde se utilizan las manos para hacer mal al hombre. Este es el mundo del pecado.
Por tanto, los discípulos han recibido el Espíritu y deben cancelar, echar fuera, barrer el pecado, el mundo antiguo. Jesús está dando una enorme responsabilidad a su comunidad. Si el pecado no viene echado fuera, la responsabilidad es de los discípulos que no se dejan guiar por el Espíritu que el Resucitado les ha dado en la Pascua.
Esta fue la manifestación del Señor a los discípulos reunidos en la noche de Pascua. Faltaba Tomás. Ocho días después, por tanto, en el día del Señor, el domingo, cuando se reunía la comunidad, Tomás también está allí: Tomás, llamado Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Él replicó: Si no veo en sus manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos, y la mano por su costado, no creeré.
En el evangelio de Juan los personajes son reales: Pedro, Juan, Andrés, Nicodemo… pero, a su vez, estos personajes se convierten en símbolo de relacionarse de diferentes maneras con el Maestro. Y Tomás es como el representante de la dificultad de aceptar al Resucitado. Es el que busca pruebas racionales, verificables, de la resurrección. Todos los evangelistas mencionan que los discípulos no llegaron inmediatamente a la fe en el Resucitado. Les ha costado. Tuvieron muchas dudas.
Marcos, al final de su evangelio, dice que cuando Jesús se manifiesta a los once los reprocha por su incredulidad y dureza de corazón. Lucas, cuando el Resucitado se muestra a ellos dice: “¿por qué se turban? ¿por qué surgen dudas en sus corazones?”. Y en Mateo, en el último capítulo, en la última manifestación del Resucitado, lo presenta diciendo que “todavía algunos dudaban”.
Por tanto, no fue solamente Tomás el que ha dudado y le ha costado creer en el Resucitado, sino que todos tuvieron dudas, interrogantes. Cuando Juan escribe su evangelio, hacia el 90 – 95, Tomás ya había muerto hacía tiempo. ¿Por qué Juan toma esta figura? Porque le ha costado más que a los demás.
Tomás es el símbolo de toda esta dificultad que encontraron los discípulos y que también encontramos nosotros. Les ha costado creer. Se han preguntado, como también nos preguntamos nosotros: ¿Cuáles son las razones que nos lleven a creer, a ver al Resucitado? Y, para nosotros hoy ¿es posible hacer esta experiencia? ¿Existen pruebas de que está vivo? Son las preguntas que nos ponemos nosotros hoy.
Y Juan toma a Tomás como el símbolo de la dificultad que todo discípulo encuentra. Veamos ahora la figura de Tomás. Cuando Tomás es presentado el evangelista siempre añade: ‘dídimo’ que significa ‘mellizo’. Ya es la tercera vez que Tomás aparece en el evangelio de Juan. Y siempre aparece como ‘mellizo’. Mellizo de alguien… ¿de quién? El evangelista insiste mucho. ¡Mellizo de todo discípulo! Ahora debemos comprender cómo es que somos ‘mellizo’ de este Tomás que tiene dificultad de aceptar al Resucitado. Somos sus ‘mellizos’ porque nos asemejamos a él.
Pero, antes, quiero aclarar inmediatamente: Tomás se alejó de la comunidad de los discípulos, pero no es ‘mellizo’ de quien abandona la Iglesia y se retira despreciando a los demás porque él se siente el discípulo verdadero, se siente superior… Tomás no es ‘mellizo’ de quienes quizás escandalizados por lo que sucede en la comunidad cristiana abraza el ateísmo o se hace miembro de otra religión.
Tomás no lo dejó todo para ir por su camino; mantuvo una conexión con aquellos que compartieron con él la opción de seguir al Maestro. De hecho, después de ocho días, lo encontramos nuevamente con la comunidad. Es ‘mellizo’ de los que sufren, de los amargados en ciertos momentos por las experiencias eclesiales y se alejan por un tiempo de esta comunidad, quizás porque no entiende ciertas opciones. Es ‘mellizo’ de quien ha creído en el mundo nuevo; de los que han dado su alma por la propuesta de Cristo…
Pensemos en los catequistas que durante 20 años se empeñaron en el anuncio del Evangelio, dedicando tiempo y energía y tienen un momento de descorazonamiento, de desilusión. Pongamos algunos ejemplos claros. Algunos, incluso hoy, se alejan de la Iglesia por causa de los escándalos que aparecen entre los discípulos y que tienen consecuencias devastadoras.
O quienes están desilusionados de una estructura eclesial monolítica, centralizada, atrasada, donde todavía se compite por el poder. La iglesia que se presenta todavía con cierto interés por la riqueza; o también por una Iglesia todavía medieval, un poco constantiniana, clerical, triunfalista, poco evangélica. Si se aleja, si se va despreciando esta Iglesia con sus límites, no es ‘mellizo’ de Tomás… esos van por su cuenta.
Mellizo de Tomás es quien tiene un momento de dificultad, pero luego regresa a la comunidad porque sabe que allí está presente Alguien (lo descubrirá luego), el Resucitado, que mantiene unida a esta comunidad y que con esta comunidad lleva adelante su proyecto de mundo nuevo. Los discípulos, los diez, ya han visto al Resucitado y le decían a Tomas… es interesante que el verbo utilizado aquí no es ‘le dicen a Tomas’, sino ‘le decían’ a Tomás, o sea es una acción continuada, trataban de convencerlo. ‘Nosotros hemos visto…’. Le contaban su experiencia.
Tomás es uno que hubiera deseado otro tipo de prueba. Pruebas racionales, verificables. Y en esto es nuestro ‘mellizo´ porque también nosotros desearíamos tener pruebas de la resurrección de Cristo. No son posibles porque se trata de experiencias que no se relacionan con nuestro mundo, sino con el mundo de Dios. El encuentro con Dios también lo podemos hacer en nuestra intimidad personal, estando en nuestra casa, orando individualmente. Pero el Resucitado puede ser visto y encontrado solamente en la comunidad de los discípulos reunida en el día del Señor.
Escuchemos cómo el evangelista narra la experiencia pascual de Tomás en el día del Señor:
“A los ocho días estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa y Tomás con ellos. Se presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: La paz esté con ustedes. Después dice a Tomás: Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. Le contestó Tomás: Señor mío y Dios mío. Le dice Jesús: Porque me has visto, has creído; felices los que crean sin haber visto. Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatadas en este libro. Éstas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.”
Ocho días después estaba también Tomás junto con los discípulos. La reunión es en domingo. Jesús está en el día del Señor en medio de los discípulos y se presenta siempre con las mismas palabras: La paz esté con ustedes. Es el saludo que sentimos en el día del Señor pronunciado por el que preside la celebración eucarística: ‘La paz esté con ustedes’. Es el saludo que el Resucitado les da a los discípulos. Lo ha hecho con los diez y ahora lo hace con Tomás.
Los discípulos lo han abandonado, incluso renegado pero el Resucitado no los reprende, dona siempre su paz. También cuando nosotros nos presentamos en el día del Señor con todas nuestras fragilidades y debilidades, no recibimos ninguna reprensión. El saludo es siempre la paz. “Les doy la paz”.
Después dice a Tomás: Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado”. No es un reproche a Tomás. Jesús realiza el deseo que tenía Tomás, el de tocar, de ver sus manos y su herida que ha dejado abierto su costado. Es la invitación a Tomás de que tenga siempre su mirada fija en sus manos y sobre su costado.
Es exactamente la invitación que se nos hace a nosotros en el día del Señor, a contemplar sus manos y su costado porque si nosotros tenemos siempre delante lo que esas manos han hecho, que solamente construyeron amor, cuando nosotros salgamos de la Iglesia, durante la semana, tendremos siempre presente la misión que el Resucitado nos ha dado: mostrar a todo el mundo sus manos con nuestras manos. ¿Cómo podemos observar esas manos? ¿Cómo podemos tener la mirada fija sobre ese costado que ha donado toda su sangre, o sea, toda su vida?
Tenemos la respuesta en la eucaristía, en el pan eucarístico. Cuando Jesús ha querido resumir, cuando quiso presentar en una señal toda su historia de vida entregada, la presentó en el pan. “Me hice pan de vida, me he donado totalmente como alimento de vida”. Allí, en el día del Señor, estamos invitados a hacer exactamente eso que Tomás deseaba hacer: mirar esas manos y contemplar ese costado. Lo debemos hacer siempre porque si nosotros no tenemos nuestros ojos fijos en esas manos y en ese costado no seremos capaz de reproducir en el mundo la presencia de Cristo.
Tomás hace su profesión de fe. La más hermosa que encontramos. Precisamente él que fue presentado como que le costaba creer, es en sus labios que se expresa ahora la más bella profesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. Es importante esta expresión porque estamos en tiempo de Domiciano que quería ser honrado como señor y dios. Su orden se formulaba de esta manera: ‘Domiciano, nuestro señor y nuestro dios ordena que…’. Tomás nos dice que el discípulo de Cristo no tiene como punto de referencia a ‘este señor y este dios’ que es el emperador de Roma, presentado en el Apocalipsis como la bestia porque representa al mundo antiguo. Nuestro Señor y nuestro Dios es el que te presenta esas manos que solamente construyeron amor y ese costado que indica el don de toda su vida.
Les deseo a todos una buena Pascua y una buena semana.