Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
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¡Feliz Pascua a todos!
El texto evangélico que la liturgia nos propone hoy, de la impresión que no está en sintonía con el tiempo pascual que estamos viviendo. El contexto es en el cenáculo, durante la última cena; es el momento cuando Judas sale para entregar al Maestro a los sumos sacerdotes. Nosotros hubiéramos esperado otra manifestación del Resucitado a los discípulos, pero en vez se nos traslada al cenáculo. ¿Por qué? Porque durante la última cena, Jesús ha pronunciado un discurso largo que el evangelista Juan nos lo narra en cuatro capítulos. Es importante porque son las últimas palabras del Maestro, las más sagradas. Por tanto, nos acercaremos a este texto con emoción, con trepidación.
Todos los grandes personajes del Antiguo Testamento han hecho un discurso antes de morir. Allí recordaban todo el trabajo que habían realizado, hacían recomendaciones, promesas, bendiciones. Así recordamos a Moisés, Samuel, David, Jacob… quien antes de morir llama a todos sus hijos en torno a su cama y les da a cada uno una bendición. Jesús se comporta como los grandes personajes del Antiguo Testamento. Sabe que le queda pocas horas de vida y siente la necesidad de dictar su última voluntad, su testamento. Este testamento se lee en el tiempo pascual, porque los testamentos se abren cuando la persona amada ya ha dejado este mundo.
Acerquémonos ahora con emoción, con trepidación a este texto porque Jesús antes de dejarnos ha querido poner delante de nuestros ojos toda su historia de amor, toda su vida donada:
“Cuando Judas salió, dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado por él. Si Dios ha sido glorificado por él, también Dios lo glorificará por sí, y lo hará pronto”.
Hemos escuchado 4 veces el verbo ‘glorificar’. Incluso aparece como demasiada repetición. Luego, no parece que sea el momento más oportuno para hablar de ‘gloria’ y de ‘glorificación’. Es un verbo que parece estar fuera de lugar pues Jesús está en un momento dramático de su vida. No es el momento de la gloria. Veamos en qué contexto presenta Jesús este momento que está viviendo como una oportunidad de gloria. Judas ha salido. Parece que fuera engullido por las tinieblas. Lo hace notar el evangelista Juan que cuando sale ‘era de noche’. Judas se ha dejado envolver por las tinieblas del mundo. No se ha dejado envolver por la luz del Maestro, la del mundo nuevo. La propuesta que Jesús le hizo fue algo inaceptable para él y peligrosa pues ve en Jesús a alguien que subvertía el orden social, político, religioso.
Jesús predicaba un Dios que no era el que predicaban los rabinos, un Dios justiciero. Y a Jesús este Dios no le gustaba. Predicaba un hombre que sirve, no un dominador. Y esto desarticulaba todas las convicciones de Judas. Y ni siquiera Jesús fue capaz de cambiarle el corazón e involucrarlo en el mundo nuevo. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros frente a la traición de una persona que habíamos amado y por la cual nos habíamos esforzado para obtener el cambio de esta persona, el cambio que hubiera salvado a esta persona?
Jesús ha sentido este momento como un fallo de su trabajo; no había logrado envolver a Judas en sus designios. Y no solo Judas, tampoco los otros discípulos estaban muy convencidos y decididos a dar la vida por el Maestro. Pensemos cuál hubiera sido nuestra reacción de frente a ese corazón duro, aferrado obstinadamente a las propias convicciones que ni siquiera Jesús fue capaz de cambiar. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros en aquel momento en que Judas, a quien habíamos amado, se marchó? Y se marchó no para hacer sus cosas, sino para entregar al Maestro a la muerte.
Es probable que hubiésemos reaccionado con rabia, maldiciendo a aquel opositor del proyecto de mundo nuevo, esa persona que llevaba al maligno en el corazón. En Jesús no aparece ninguno de estos aspectos que hubiesen caracterizado nuestra reacción. No tuvo ni la sombra de rencor ante la traición de Judas. Solamente un inmenso dolor por no haber podido hacer brecha en el corazón de su discípulo.
Esta es la experiencia que experimentan todos aquellos que aman y que quieren conducir a la vida a la persona que quieren hacer feliz y esa persona hace opciones de muerte. El dolor por la persona que amaron es inmenso. Es lo que pasa con los padres que hacen todo lo posible para que el hijo haga las opciones buenas en la vida y lo ven alejarse en la noche. Jesús ha experimentado un inmenso dolor, pero ningún rencor, ninguna irritación, ninguna palabra contra Judas.
Es en este contexto que Jesús da a los discípulos su mandamiento nuevo. Esperábamos quizás palabras resentidas, rencorosas, pero de la boca de Jesús, exactamente en este momento, salen las más bellas palabras de amor. Es su testamento y él lo puede dar porque está demostrando con su vida que practica el amor a la perfección. Es un mensaje muy actual para nosotros hoy pues si nos comprometemos a construir un mundo más justo, más fraterno, nosotros encontraremos lo que encontró Jesús.
Son miles las personas que por interés o por ignorancia reman en contra. Encontraremos organizaciones y estructuras que proponen a los jóvenes, a las nuevas generaciones, modelos de vida desviados. Introducen la degradación moral, el hedonismo que dejan en ridículo los valores más sagrados como la fe, la familia, la fidelidad matrimonial, el perdón. ¿Qué hacer? Nos viene la tentación de maldecir a estas personas, a estas instituciones pues se trata de una persecución moderna.
El Maestro nos invita a reacciona como lo ha hecho él. Son ocasiones para mostrar lo máximo del amor: el amor hacia aquellos que hacen el mal, a los que se oponen. Debemos amarlos como Jesús ha amado a Judas. Y ahora aparecen los verbos a los que ya hice referencia: ‘glorificar’. Faltan pocas horas para la captura de Jesús y de su condena a muerte. Para nosotros, herederos del pensamiento griego, la glorificación es la celebración de nuestra persona. Cuando todos nos aplauden somos glorificados. Cuando somos famosos tendremos posiciones prestigiosas y seríamos felices… Esta es nuestra gloria.
Jesús ha sido tentado de convertirse en glorioso como eran gloriosos los grandes de este mundo. El maligno ya se lo había sugerido… pero debería adorar al maligno. ‘Llegarás a ser una persona gloriosa, pero siguiendo mis consejos, aceptar mis sugerencias… y, por tanto, no debes tener escrúpulos, aplastar a los más débiles si fuese necesario, mentir si fuese necesario… y así llegarás a ser un gran personaje, pues los grandes de este mundo llegan a estas posiciones escuchando mis consejos’…. Este es el mensaje del maligno.
Jesús no ha seguido esta gloria porque esta no es ‘gloria’ es ‘vanagloria’ que luego, en la historia de Dios, que es la que permanece, desaparece. Cuando en la Biblia se habla de gloria, no se entiende la fama que uno tiene por encima a los demás. Esto es ‘vanagloria’ que va y viene según sople el viento. La gloria que nadie puede apropiarse, la verdadera gloria en la Biblia es la que cuenta a los ojos de Dios.
En hebreo, Gloria se dice ‘kavod’, que significa peso. Todos deseamos que nuestra presencia tenga ‘peso’, que nuestras palabras tengan peso, sean honradas. Según la Biblia, la gloria es una vida que no es paja sino la semilla del grano que pesa, que permanece, que da vida. Y por eso Jesús dice: para mí es el momento de la gloria. ¿Qué quiere decir ‘el momento de la gloria’? Gloria es el momento en que él puede mostrar el verdadero rostro de Dios; ha venido a este mundo para mostrar el verdadero rostro de Dios. Y ahora Jesús tiene una oportunidad única de llegar al máximo de esta gloria, de esta manifestación del rostro de Dios que es amor y solamente amor. Es el momento en que Judas lo traiciona.
El Padre del cielo no quería que el Hijo muriese pero, entregándolo en las manos de la gente, éstos no podían sino agredirlo porque no están movidos por el amor que viene de Dios sino por el maligno que sugiere la gloria de este mundo y para conseguirla hay que estar dispuesto a todo. En esta situación—no querida por Dios, sino que han creado los hombres—Jesús se inserta en el diseño del Padre y escoge este momento para manifestar todo su amor, porque el máximo del amor se da con la donación de la vida.
El Padre no quería que Jesús muriese, pero como los hombres han cometido este crimen, a través de este pecado de los hombres se ha realizado la manifestación máxima del amor de Dios. Por tanto, la más grande manifestación del rostro de Dios. Jesús, en este momento, está diciendo: me pueden abandonar, insultar, golpear, odiar y hasta matar, pero no lograrán hacerme renunciar al amor incondicional, porque esta es mi identidad de la imagen perfecta de Dios. La manifestación de esta gloria cancela el rostro feo de Dios que nosotros nos hemos inventado; nos asemejamos a ese rostro y lo amamos y no nos gusta este Dios que Jesús presenta. Jesús ha venido a desmentir este rostro de Dios—un Dios justiciero que te castiga si no le obedeces, si lo ofendes. ¡NO!
Este rostro de Dios fue cancelado definitivamente en este momento glorioso de Jesús cuando dona su vida. Se denuncia la falsedad de la imagen diabólica que los hombres se han hecho de Dios. Una imagen que nos hace mal, infelices cuando nos queremos asemejarnos a Él. Escuchemos lo que Jesús nos deja en heredad:
“Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros. En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros”.
“Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes”. Jesús llama a sus discípulos y también a nosotros “hijitos”. El término griego es un diminutivo afectuoso, dice ‘teknía’ – ‘hijitos’. Los discípulos no son hijos de Jesús, son hermanos de Jesús, pero en este momento en que Jesús presenta su testamento los llama ‘hijitos’. El hijo es el que debe reproducir el rostro del padre y en este momento, Jesús les pide esto: ‘que me hagan presente en el mundo’. Que presenten su rostro como propuesta de hombre para todos. E indica cómo nos podemos asemejarnos a él para poder presentar a todos su persona.
Les deja su testamento. ¿Qué es lo que les deja en herencia? No son propiedades porque no las tenía. Jesús decía que ni siquiera tenía una piedra donde reclinar su cabeza. No tenía ni casa ni bienes. Nosotros hubiésemos esperado que les dejase la capacidad de hacer milagros, de resolver los problemas del mundo con la varita mágica. Jesús no ha dejado esa capacidad… o mejor, ha dejado su capacidad de hacer prodigios, la capacidad de anunciar su Palabra pues quien se adhiere a su Palabra, quien se fía de esa Palabra experimenta una transformación prodigiosa del mundo y del corazón de la gente. Entonces, ¿qué es lo que deja en herencia? “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros”.
Deja un mandamiento. No es una recomendación o una sugerencia. Es un mandamiento. A nosotros esta palabra no nos suena bien porque suena a imposición, y luego de castigo de los que no obedecen. NO. Nada de esto. El mandamiento no es algo que se escribe fuera, como eran las Diez palabras del Antiguo Testamento. Este mandamiento del amor viene de dentro porque Jesús vino a traer a esta creatura que es el hombre, una nueva identidad, que nace del don que él hace de la vida divina, la vida del Eterno, que no es algo futuro prometido a los buenos al término de esta vida. NO. Esta vida del Eterno está donada hoy a todos. Y esta vida se transforma en un ‘mandamiento’, una necesidad que viene de dentro, de amar como el Padre del cielo que ha donado su misma vida.
Es un mandamiento ‘nuevo’. Nuevo no por una formulación que también encontramos casi igual en el Antiguo Testamento cuando dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, dice el libro del Levítico que es el punto más alto al que he llagado el Antiguo Testamento. También los sabios paganos recomendaron este amor al prójimo.
Recordemos a Séneca, Epíteto, Confucio… todos estos grandes personajes que han precedido este mandamiento nuevo. ¿Por qué es nuevo? Lo nuevo no se opone al antiguo. Lo antiguo es bello, más pasa el tiempo, más valor tiene. Lo que es ‘antiguo’, no lo que es ‘viejo’ que queda descartado. Lo que fue dicho en el libro del Levítico: “ama a tu prójimo como a ti mismo’. O lo que encontramos en la sabiduría de los grandes personajes de la antigüedad. No es material viejo… son cosas antiguas, y lo antiguo hay que conservarlo porque tiene un valor grande, pero no es definitivo.
Cuando se siente esta palabra ‘nuevo’ despierta inmediatamente el optimismo y la esperanza. La sabiduría antigua era buena, no hay que tirarla, se conserva como un tesoro, pero no es esta la sabiduría que perseguimos. No amamos como uno se ama a sí mismo. La medida que nos es dada es otra. Es la que viene del mandamiento que es nuestra nueva identidad: la de ser hijos e hijas de Dios.
Por tanto, este mandamiento interior nos lleva a amar como Jesús ama. Este amor es la belleza pura, absoluta, más allá de la cual es imposible andar. Este mandamiento no puede envejecer pues es la vida de Dios. Pueden pasar decenas, centenares o millones de años que este mandamiento permanecerá siempre nuevo. Nunca será superado. No existirá nunca un mandamiento mejor. No es posible andar más allá de este amor. Es un amor incondicional, aún para el enemigo. Más allá de este horizonte no se puede ir. No habrá nunca otra novedad. “Que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros”.
¿Qué amor es este que Jesús presenta? Es el amor que no se deja condicionar por la respuesta de la gente, que puede ser no de amor sino de odio, de explotación, de opresión. El amor de Jesús no se deja condicionar; es completamente gratuito. Este es el amor que el cristiano, el discípulo, debe dar testimonio en el mundo. Da testimonio de la presencia de Jesús en el mundo a través de su Espíritu, de esa vida divina que él ha traído. Y dice: “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros”. En la comunidad de los discípulos Jesús ha dejado solamente un distintivo. No son nuestras plegarias, nuestras devociones… NO. Es el amor.
Es la vocación a la cual está llamado todo cristiano y es única. Estamos llamados a amar. Luego, las condiciones particulares en las que uno se encuentra y debe manifestar este amor son diversas, pero la vocación a la cual el cristiano está llamado es única: Amar como Jesús ha amado.
Les deseo a todos una buena Pascua y una buena semana.