Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Un buen domingo para todos.
Hoy interrumpimos la lectura del evangelio según san Marcos que nos ha acompañado desde el inicio del año litúrgico. Durante cinco domingos meditaremos el capítulo 6 del evangelio según san Juan. Antes de comentar el pasaje que hoy se nos propone quiero prologar con algunas observaciones que nos ayuden a acercarnos correctamente al texto porque es fácil correr el riesgo de malinterpretarlo y por tanto perder el mensaje que el evangelista quiere comunicar.
La primera observación se refiere al título que encontramos en nuestras biblias: ‘Multiplicación de los panes y los peces’. Borremos inmediatamente este título porque nos desvía, se aleja de lo que el evangelista quiere comunicar. Si leemos con cuidado el texto podemos comprobar fácilmente que no hay ninguna mención a la multiplicación; sólo se habla de cinco panes y dos peces que han sido entregados en manos de Jesús y que reparte a toda la multitud sin añadir nada y para gran sorpresa de todos esos cinco panes y dos peces no sólo son suficientes para saciar el hambre de toda esa gente, sino que además sobran muchos, pudiendo llenar doce cestas con el pan que sobra, eso es todo; así que borremos de nuestra mente esas escenas que hemos visto en algunas películas donde Jesús aparece como un hábil mago que saca de una cesta panes y peces y esta cesta nunca se vacía. Estas multiplicaciones no tienen nada que ver con la señal que Jesús propone hoy.
Segunda observación: en los evangelios esta historia se repite seis veces y no hay dos iguales; una dice que siete panes fueron entregados a Jesús, otra que había cinco panes y dos peces; una dice que estaban en el desierto, la otra dice que había hierba verde; una dice que había 4000 a el otro 5000 los que comieron esos panes; uno habla de doce cestas recogidas, el otro de siete. No hay dos iguales. Digámoslo de inmediato cómo se debe entender. No son seis episodios diferentes, sino que se trata de seis relecturas de la misma señal hecha por Jesús; una señal tan llena de mensaje que los cuatro evangelistas sintieron la necesidad de presentarlo, y Mateo y Marcos lo presentan dos veces porque quieren que el mensaje de la señal sea completo.
Tercera observación: Quiero mencionar algunas preguntas que se hacen los no creyentes pero que también surgen en nosotros cuando leemos esta página con calma. ¿Cómo es posible que 5000 hombres fueran detrás de Jesús, con sus mujeres y sus hijos? Marcos, en el capítulo 8, nos dice que durante tres días le siguieron. Juan—lo oiremos en un momento—dice que le siguieron en la montaña.
Como crónica es realmente improbable; y luego, ¿cuantas horas debió tardar Jesús en repartir esos panes y esos peces a esa inmensa multitud? Y luego, recogen los restos… ¿Dónde fueron a buscar esas doce cestas? ¿Las habían llevado vacías? ¿Cómo es posible que solo un niño se quedara con los cinco panes y los dos peces? Sabemos que los niños son los primeros en comer todo. Este detalle no es verosímil a no ser que se tratase de un niño anoréxico o de un niño simbólico.
En definitiva, no hace falta mucho para concluir que los evangelistas no nos están contando un hecho material, sino que nos presentan una página de catequesis hecha de imágenes bíblicas bien conocidas por sus lectores y que nosotros también trataremos de entender hoy.
Una última observación: el problema al que el relato quiere dar respuesta es el hambre, el hambre material, no el hambre espiritual. En los siguientes domingos se nos propondrá el discurso de Jesús sobre el pan de vida y allí hablaremos del alimento de la vida que es la palabra de Dios, la sabiduría que viene del cielo. Al final del capítulo también oiremos hablar del pan, y sólo al final sobre el discurso del pan eucarístico, pero no hoy. Hoy Jesús quiere enseñarnos a hacer un milagro para eliminar el hambre en el mundo. Nos gustaría que hiciera este milagro haciendo llover maná del cielo, multiplicando el pan. En cambio, no lo hace, nos enseña a nosotros a hacer este milagro. El hambre debe desaparecer del mundo y quiere que seamos nosotros los que hagamos este milagro.
Dicho esto, oigamos cómo comienza el relato:
“Jesús pasó a la otra orilla del Mar de Galilea –el Tiberíades–. Le seguía un gran gentío, porque veían las señales que hacía con los enfermos. Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos”.
Ya dije antes que para captar el mensaje que nos quiere dar el evangelista tenemos que prestar mucha atención a las referencias bíblicas que introduce en este relato. Y la primera de estas referencias es a la pascua judía. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos, y como sabemos, la Pascua es la celebración del paso de Israel de la tierra de la esclavitud a la tierra de la libertad. El evangelista está diciendo, presta atención, porque en esta narración, Jesús se presenta como el que quiere realizar un éxodo en el que tú estarás involucrado.
Veamos estas referencias al Éxodo. Jesús se dirigió a la orilla del Mar de Galilea. En Galilea no hay mar, sino un pequeño lago, que Lucas llama ‘limne’ = lago. ¿Por qué el evangelista Juan lo convierte en un mar, un mar que Jesús cruza al igual que Moisés cruzó el Mar Rojo seguido por todo el pueblo? Se trata de un ‘mar’ bíblico. Es un recordatorio de que Jesús quiere que un pueblo que sigue siendo esclavo hagan un éxodo.
Otra referencia: Una gran multitud siguió a Jesús porque vio los signos que realizaba. Es exactamente lo que ocurrió con Moisés. El pueblo de Israel le siguió. Confiaron en él porque vieron los signos que venían de Dios. Jesús también inspira confianza a los que quieren seguirle, a los que viven en una tierra que no es el reino de Dios, es el reino del maligno. Quiere sacarlos de allí y confían en él porque realiza señales que sólo pueden venir de Dios.
Última referencia al Éxodo: Jesús sube a la montaña igual que Moisés. No es una montaña material; cinco mil hombres, con mujeres y niños no le siguen a una montaña material. Es la montaña bíblica; la montaña es el lugar que indica el encuentro con Dios. Jesús introduce a todas estas personas a las que quiere que hagan un éxodo y las introduce en los pensamientos de Dios. Si no subes a esta montaña, si no te dejas involucrar en los pensamientos, proyectos y planes de Dios, te quedarás en la tierra de la esclavitud.
El evangelista está diciendo: ‘ten cuidado porque te estoy hablando de un éxodo que ahora tienes que hacer’. Jesús te quiere sacar de la tierra donde te encuentras, que está dirigida por el maligno, donde todos se sienten esclavos, donde existen las pasiones, la envidia, la lujuria… te quiere sacar y llevar a una tierra donde se vive como hijos de Dios. Intentemos preguntarnos, ¿el mundo en que vivimos sigue los diseños de Dios o es todavía el maligno que domina este mundo y esta sociedad? Preguntémonos, ¿cuál es nuestra realidad? ¿Cómo se distribuyen los bienes necesarios para la vida del hombre, cómo se relacionan los hombres con la creación, según el plan del creador o se dejan llevar por una codicia insaciable? Así, comportándose como cazadores furtivos, no se preocupan por las generaciones futuras; son esclavos de su propia codicia.
Jesús nos quiere sacar fuera de este mundo. Todos sabemos cómo se distribuyen las riquezas en nuestro mundo. Hay quienes viven en la opulencia, en la gula, incluso despilfarrando y malgastando los recursos de la creación y hay quienes viven en la miseria, que ni siquiera tienen acceso al agua potable, a los bienes indispensables para llevar una vida humana digna.
Ante esta realidad de nuestro mundo surgen preguntas. ¿Ha querido Dios a un mundo así? ¿Ha preparado un valle de lágrimas para obligar a sus hijos e hijas a luchar por conseguir el alimento para la vida? ¿Esto es lo que ha querido Dios? ¿Un mundo en que se lucha por el pan? ¿Pobreza y subdesarrollo hacen parte del mundo querido por Dios para hacernos desear el paraíso en otra vida? Nadie hace ya estas afirmaciones.
Entonces, un mundo como este es organizado por el maligno al que los hombres han prestado atención y de este mundo hay que salir e ir hacia el nuevo mundo, el reino de Dios en el que Jesús quiere introducirnos. Este es el éxodo necesario.
Escuchemos cómo Jesús ve ahora la realidad de nuestro mundo, nuestra hambre; hambre de vida, esos bienes que son necesarios para una vida humana digna. Escuchemos:
“Levantando la vista y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para darles de comer?–lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer–. Felipe le contestó: Doscientas monedas de pan no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo”.
Jesús levanta la vista, ve la multitud, ve las necesidades de los hambrientos; una clara invitación a que levantemos la mirada de nuestro pequeño mundo, de nuestros intereses personales y tomemos conciencia de la realidad en la que viven tantos hermanos y hermanas nuestros que pasan hambre, que están en la miseria, están desesperados, sufren violencia. Este no es el mundo que Dios quería. A veces quizás hemos pensado que Dios ha hecho las cosas mal. No, nosotros hemos construido este mundo escuchando no su palabra sino las sugerencias del malvado que llevamos dentro. El malvado es nuestro egoísmo, es el impulso que nos lleva a replegarnos sobre nosotros mismos, a pensar en lo que nos gusta, a desinteresarnos de los demás. Este maligno ha creado el mundo en el que vivimos y del que debemos hacer un éxodo.
Jesús quiere sacarnos de este viejo mundo y llevarnos al mundo querido por Dios. Jesús ha visto a esta humanidad hambrienta; y cuando decimos hambre, no nos referimos sólo al hambre del estómago, sino a todas las necesidades que deben ser satisfechas si queremos una vida plenamente humana. La vida del enfermo no es plenamente humana, tampoco la del que está solo, abandonado, del que carece de afecto, del que no conoce la justicia, del que no tiene casa, ni trabajo, del que no puede formar una familia. Todas estas necesidades son el hambre que está presente en la humanidad. ¿Cómo responder a todas estas formas de hambre para que la humanidad quede realmente saciada?
Veamos cómo aborda Jesús este problema. Se dirige a Felipe y le pregunta dónde podemos comprar lo que necesitamos para saciar esta hambre. Parte de nuestra forma de pensar, que es comprar, ir al vendedor. Nuestra lógica es la del mercado. Tiene que haber intercambio, porque si no hay intercambio, morimos. Nos quedamos con lo que tenemos, pero no es suficiente para saciar toda nuestra hambre, no somos autosuficientes, necesitamos estos intercambios de dones con nuestros hermanos.
¿Cuál es el problema? La lógica que regula estos intercambios, la del mercado, es decir, quien tiene la mercancía escudriña las necesidades y después pone el precio. Cuánto más aumenta la necesidad les favorece porque le permiten aumentar el precio. Esta es la lógica de mercado que crea el mundo en que vivimos. De hecho, el evangelista dice que Jesús habló de comprar y vender con Felipe para tentarlo, es decir, para hacerle recuperar la conciencia que, con nuestra compra y venta, con la búsqueda de nuestro propio interés, que es la regla del mercado, sale a relucir ese mundo injusto que todos conocemos bien. Y es que los bienes son una tentación, nuestro instinto nos dice que nos apoderemos de ellos, que los acumulemos, que los guardemos para nosotros, como mucho que los compartamos con los miembros de la familia, pero luego, incluso en la familia, cuando se trata de dinero, empiezan las divisiones y las desavenencias.
La primera carta a Timoteo dice que la avidez del dinero es la raíz de todos los males del mundo. Y Jesús pone a prueba a Felipe porque lo quiere hacer salir de esta lógica del mundo viejo. Los dones han sido dados para que sean distribuidos a los que los necesitan. ¿Cuál es la perspectiva que Jesús quiere presentarnos ahora, que es la de Dios? Lo que los hombres tienen en sus manos no les pertenece. La verdad que hay que tener en cuenta es que todo es de Dios y nosotros estamos administrando bienes que no son nuestros. Dios nos los ha dado, no para que se los demos a nuestros hermanos, sino para que se los entreguemos a los que están necesitados. Esta es la lógica de Dios. La lógica del mercado es la que rige nuestro mundo, y es una lógica en bancarrota, genera guerras, refugiados, llanto y luto y ese llanto y crujir de dientes del que no acepta la lógica del banquete gratuito al que todo hijo e hija de Dios está invitado.
Estimulado por Jesús, Felipe da un paso adelante y empieza a pensar. Dice que al menos esos inútiles que tienen mucho dinero deberían acordarse de dar un poco de limosna y hace la propuesta: dice, para solucionar el hambre de toda esta gente 200 denarios de pan no son suficientes ni para dar un trocito a cada uno. Es una solución asistencialista, la limosna. Es esa propuesta que en el evangelio de Juan se pone en boca de Judas ¿No se podría vender por 300 denarios este perfume de nardo y luego dar ese dinero a los pobres? Sí, hay que ayudar a los pobres, pero la limosna no es la solución, es un retroceso momentáneo en este mundo injusto, pero no es el nuevo mundo. Jesús quiere un mundo donde la limosna no tenga sentido porque la limosna siempre presupone que uno se enriquece, acumula y luego, de vez en cuando, deja caer algo.
Provisoriamente no dejamos que los pobres se mueran de hambre, pero este no es el mundo que quiere Dios. Estos 200 denarios se acaban y la limosna no resuelve el problema. Por lo tanto, la propuesta de Felipe no nos saca del viejo mundo, no se produce el prodigio del nuevo mundo, en el que se sacia toda forma de hambre. En el evangelio de Lucas se propone otra solución; es la que proponen los Doce que van a Jesús y le dicen que despida a la multitud para que vayan a los pueblos cercanos y puedan encontrar alojamiento y comida. En otras palabras, para solucionar el hambre en el mundo, que cada uno se las arregle. Es una solución para el que tiene dinero; y quien tenga buenas piernas llega primero, entonces compra todo el pan que quiere, porque tiene dinero.
En realidad, es una solución que dice: ‘Venimos aquí para cosas espirituales, meditar, escuchar sermones, rezar, pero luego, en cuanto al hambre concreta, que cada uno se las arregle’... Tengamos cuidado, porque esta forma de pensar también está presente en las familias cristianas. Intentemos pensar qué tipo de educación cristiana dan los padres a sus hijos en cuanto a solucionar el hambre y responder a las necesidades que la gente tiene. ¿Educan para compartir? ¿O es la invitación al acumulo? ¿Cómo nos educan para ver a nuestros compañeros de clase, por ejemplo, como hermanos a los que hay que querer y ayudar si no saben manejar las matemáticas y la física, o los ven como competidores, como antagonistas? Si los ven como antagonistas, seguimos en el viejo mundo, aunque vayamos a la iglesia. Las propuestas que hemos escuchado son, por tanto, un fracaso. El peligro de ver desaparecer toda forma de mal del mundo, toda esta hambre, so se soluciona con esta lógica.
Ahora hay un discípulo que sugiere otra idea, escuchémoslo:
“Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es eso para tantos?”.
La tercera propuesta para resolver el problema del hambre es sugerida tímidamente por Andrés, hermano de Simón Pedro, y la solución que propone es diferente a comprar; dice, “hay un niño aquí que tiene cinco panes de cebada y dos peces”, luego se da cuenta que ha dicho algo sin sentido porque inmediatamente agrega: “pero ¿qué es eso para tantos?”.
Notemos que es solamente el evangelista Juan el que presenta a este niño y además agrega que el pan que tenía era de cebada, el pan de los pobres no era pan de trigo. ¿Cómo se explica que mientras todos han comido sus provisiones, que todos ya hayan terminado no teniendo nada más y es solo este niño el que tiene cinco panes y dos peces? El detalle del niño es realmente irreal porque sabemos que los niños son los primeros en consumir todas las provisiones; por tanto, no es probable que entre tanta gente solo este niño haya guardado cinco panes. Como decía antes, o se trata de un niño anoréxico o este niño es un símbolo.
Sabemos que Jesús pidió a sus discípulos que fueran como niños, que ocuparan el último lugar en la sociedad; que se pongan al servicio de todos. De hecho, el término que se utiliza es ‘paidarion’ que es un diminutivo de ‘páis’. ¿Quién era el ‘paidarion’? Era el muchacho el sirviente; cuando uno quería aprender un oficio, si quería ser un dibujante, se presentaba y ocupaba el último lugar en la jerarquía, recibía órdenes de todos, era el último en llegar y si no se apuraba a ejecutar las órdenes también podía recibir alguna patada. Este era el ‘paidarion’. Es este niño que pone a disposición de todos, todo lo que tiene. Pero se presenta la objeción, “pero ¿qué es eso para tantos?”. Es decir, está muy bien el compartir, es bueno poner todo en común, pero Andrés dice, no da resultado, la comida es escasa, la multitud es inmensa.
A través de un ingenioso diálogo, Jesús ha hecho emerger nuestras estrategias para resolver el problema del hambre. Son estas nuestras estrategias que el evangelista ha puesto inteligentemente en boca de los discípulos, pero esos discípulos somos nosotros; somos los que razonamos exactamente igual que ellos y ante la propuesta de repartir los bienes pensamos inmediatamente que es una propuesta inviable, que no tiene sentido.
Escuchemos ahora la solución de Jesús y prestemos mucha atención porque nos está enseñando a hacer un milagro, a poner fin al hambre en el mundo:
“Jesús dijo: Hagan que la gente se siente. Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los hombres eran cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos: Recojan las sobras para que no se desaproveche nada. Las recogieron y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce canastas”.
Hemos visto que Jesús rechazó la propuesta de comprar y de vender para solucionar el problema del hambre en el mundo; si el intercambio de bienes se realiza según los criterios de la lógica del mercado nace una sociedad en la que hay llanto y estridor de dientes. Quien tiene suerte, quien puede, quien tiene muchos bienes disponibles, los negocia, escudriña las necesidades y cuanto más aumenta la necesidad puede aumentar el precio y puede incluso llegar al punto de que si el otro no tiene dinero para pagar puede rechazar lo que el otro necesita desesperadamente y puede ser legal lo que está haciendo, pero es inhumano. Jesús quiere sacarnos de este mundo de la competencia, de la compraventa; esta no es la forma de intercambiar los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos. No según este criterio.
Jesús también rechaza el criterio de que todo el mundo se las arregle, es decir, el que es inteligente, el que es capaz, se salva y el otro sucumbe… paciencia. Este es el mundo viejo; tenemos que salir. Jesús tampoco acepta la sociedad donde está el rico y el pobre que recibe limosna del rico. Todavía es el mundo viejo. No es el mundo querido por Dios. Y ahora nos propone el mundo donde nos quiere introducir, el que podemos contemplar porque está construido según el criterio de Dios.
¿Qué hace Jesús? Dice a los discípulos: "Hagan que la gente se siente". El verbo es importante, ‘anapitnein’, "Hagan que la gente se recueste". ¿Por qué así? Porque es la posición que adoptaban durante la celebración de la Pascua judía. No se sentaban, se recostaban para celebrar su libertad. Fueron los persas los que comenzaron esta costumbre de recostarse porque se consideraban personas libres que debían hacerse servir por los esclavos. Los griegos habían tomado la misma costumbre para celebrar su libertad; los romanos también la habían tomado, y los judíos no podían ser menos que ellos. Al menos durante la noche de la Pascua, se recostaban porque decían: "Somos gente libre". Jesús hace que la gente se recueste, significa que el nuevo mundo lo hacen las personas libres. Si son personas que siguen siendo esclavas de sus pasiones, de su lujuria, de su deseo de acumular bienes, si siguen siendo esclavas del dinero y de las posesiones, el nuevo mundo no nacerá.
La primera condición es que los discípulos preparen gente libre, de otra forma, el milagro no se produce, se permanece en la tierra de esclavitud donde el hambre nunca será saciada. Las personas deben dejar de lado su egoísmo, su avaricia, su codicia. Al menos los creyentes deben dejarse liberar de estos impulsos que los deshumanizan y les impiden comportarse como personas, es decir, poner sus bienes a disposición de los hermanos que los necesitan para vivir. La primera carta a Timoteo en el capítulo 6 dice que al menos los creyentes deben reflexionar sobre estas verdades elementales.
Nada hemos traído a este mundo y nada nos podemos llevar. Cuando tengamos algo para comer, algo para cubrirnos, estemos contentos. Si uno se quiere enriquecer está aun en la esclavitud, caen en la tentación, en el engaño de los deseos insensatos, que son esas avaricias que les impiden vivir como personas, es decir, de ser personas atentas a sus hermanos y hermanas y dispuestas a dar sus bienes para que el otro pueda vivir. Esta es la primera condición para que nazca este mundo nuevo en el que Jesús quiere introducirnos, y el único mundo en el que desaparece el hambre.
Segunda cosa que hace Jesús; les hace recostar sobre la hierba verde; había mucha hierba en ese lugar, un banquete verdaderamente original. El detalle es aparentemente marginal, superfluo, pero es muy importante porque recuerda el Salmo 23: "El Señor es mi pastor, en verdes praderas me recostaré". Lo que Jesús quiere decir es que quiere que hagan un éxodo para que se introduzcan en este oasis de paz, no en el llanto y el crujir de dientes del mundo viejo, sino en el mundo nuevo, el mundo querido por Dios.
Y luego, ¿qué hace Jesús? Toma los panes, levanta los ojos al cielo y da gracias. ¿Qué significa este gesto de Jesús? Es una bendición. Significa reconocer, levantando los ojos al cielo, que todos los dones para la vida del hombre vienen de lo alto, vienen de Dios, no pertenecen a la gente… “Del Señor es la tierra y todo lo que contiene, el universo y sus habitantes” dice el Salmo. Si no se levanta la mirada al cielo entonces la persona considera estos dones y estos bienes como propios y entonces entra la lógica del mercado, pero si uno sabe que no son sus bienes, sino que son de Dios porque cuando llegamos a este mundo llegamos sin nada, entonces todo es de Dios, somos los administradores de estos bienes y sabemos a quien destina Dios estos bienes: a los hermanos y hermanas que los necesitan. Esta mirada al cielo es indispensable para captar, para asimilar la nueva lógica con la que se administran los bienes de este mundo. La época de la muerte de Dios, aquella en la que se pensaba que para ser hombres había que eliminar a Dios, ha pasado.
La pregunta queda, sin embargo, si eliminamos esta mirada al cielo, si eliminamos esta verdad de que no somos amos sino huéspedes en este mundo ¿en qué podemos basar entonces la afirmación de que no podemos acaparar bienes según nuestra capacidad, según nuestros deseos? ¿Quién puede impedirnos comerciar con estos bienes que hemos recibido y quién puede impedirnos ponerlos en venta al mejor postor? Si, en cambio, sabemos que los bienes no son nuestros, sino que son de Dios entonces los podemos gestionar solamente donándolos, ofreciéndolos a los necesitados.
Este es el sueño de Dios: contemplar un día a todos sus hijos e hijas como arbolitos de olivo alrededor de la mesa, comensales, invitados al banquete, no amos que acaparan la comida, quitándosela a los que tienen hambre.
Después, “cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos: Recojan las sobras para que no se desaproveche nada”. Dos veces se repite que hay que recoger todas las sobras, todos los trozos. Aquí está la importancia de no desperdiciar los dones de Dios. Notemos todo el desperdicio que ocurre en nuestro mundo porque cuanto menos se comparte más se desperdicia.
“Las recogieron—se nota la insistencia—y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce canastas”. Es la superabundancia de los dones de Dios. Cuando se administran según los criterios del Señor no son solo suficientes para saciar el hambre, sino que hay de sobra. Escuchemos ahora lo que la gente entendió de la propuesta hecha por Jesús:
“Cuando la gente vio la señal que había hecho, dijeron: Éste es el profeta que había de venir al mundo. Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo”.
Jesús mostró el mundo nuevo en el que quiere introducirnos, en el mundo que ya no se rige por las crueles leyes del mercado que crean el llanto y el crujir de dientes y quiere introducir a toda la humanidad en este mundo. Lo dice con el número cinco mil. El número 5 en la Biblia es el símbolo del pueblo de Israel, multiplicado por mil es toda la humanidad que está invitada a entrar en este mundo nuevo que Jesús propone, en el mundo donde ya no se es esclavo de la codicia sino donde se es realmente libre. Libre no para hacer lo que quieres, lo que te gusta, esto no es libertad, sigue siendo la esclavitud de tus propias pasiones.
La persona es libre cuando es realmente él o ella mismo, cuando se emociona por la alegría de ver a un hermano feliz; feliz porque ha colaborado en su alegría llenándolo de los bienes que Dios ha puesto en sus manos; los ha entregado a su hermano necesitado. Exactamente como hizo aquel niño que entregó todo lo que tenía, cinco panes y dos peces, el número 7 es la totalidad; es el modelo del verdadero discípulo de Cristo, del que acepta la propuesta del nuevo mundo hecha por Jesús.
¿Qué es lo que entendieron? Jesús les ha mostrado todo esto y la gente no entendió nada; buscan a Jesús que hace milagros, pero Jesús no hizo el milagro, el milagro lo hizo ese niño. Ellos no quieren mirar al niño porque el niño es el que entrega todo. Es la propuesta de mundo nuevo que hace Jesús: que todos sean como ese niño. Ellos buscan a Jesús como hacedor de milagros, no quieren hacer el éxodo; quieren seguir siendo esclavos de su avaricia.
Tengamos cuidado porque lo que ellos han hecho, este malentendido, es el mismo hoy de muchos cristianos que quieren a Jesús y buscan a Jesús como hacedor de milagros y Jesús cuando lo buscan por eso ¿que hace? Huye, va a la montaña. Es la incomprensión lo que le hace escapar. De él no se espera la luz que indica el hombre nuevo, el mundo nuevo, la humanidad nueva y guay de quitar esta expectativa de prodigios de la mente de la gente, también de los cristianos, porque la búsqueda del prodigio hecho por Jesús que llueve de arriba es la razón de la fe de mucha gente todavía hoy; pero cuando existe esta incomprensión, Jesús huye.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.