Domingo 15 de Octubre
VIGÉSIMOCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
De fiesta con el Señor
Los de las encrucijadas están también Invitados
Saludo (Ver Primera Lectura)
El Señor ha preparado para todos
una fiesta con manjares exquisitos,
un banquete de vinos finos.
Él enjugará las lágrimas de cada mejilla.
Que el Señor de nuestra alegría
esté siempre con ustedes.
Introducción del Celebrante (Dos opciones)
1.De fiesta con el Señor
Felices los días de una buena celebración, cuando podemos olvidar nuestras preocupaciones por un tiempo, gozar de la mutua compañía y reír, cantar, bailar y ser felices. Tenemos suerte si tenemos días así de vez en cuando, días de fiesta y de auténtica alegría. Esto es lo que Dios desea para todos nosotros. Nos ha invitado a la felicidad sin límite y, como prenda de ello, nos invita ahora ya a la Eucaristía, banquete festivo de su Hijo Jesús. ¿Tomamos en serio y damos importancia a esta invitación? ¿Somos conscientes de que todos estamos invitados, incluso los débiles, los pobres y los tristes? Disfrutemos ahora nuestra celebración con el Señor.
2. Los de las encrucijadas están también invitados
Hemos venido a la eucaristía de hoy en respuesta a la invitación de Jesús nuestro Señor, que a todos da la bienvenida a su banquete festivo. Todos estaban invitados, pero no todos se han acercado. Algunos no se deciden a venir porque sienten que no los recibimos cordialmente, o bien piensan que no son suficientemente buenos y dignos. Otros ni se enteran de que están invitados. Jesús nos pide que acojamos a todos y que hagamos lo posible para que se sientan con nosotros como en su propia casa.
Acto Penitencial
En vez de las alegrías de una vida honesta
a veces elegimos la tristeza del pecado.
Pidamos al Señor que nos perdone.
(Pausa)
Señor Jesús, tú nos ofreces la alegría del perdón,
de la aceptación y del amor.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, tú viniste en el nombre del Padre
a invitarnos a la fiesta de la boda eterna del reino:
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, tú invitas a tu fiesta de amor
a los débiles y a los humildes
junto con los fuertes y sanos.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, Señor,
y líbranos de la vergüenza y de la tristeza del pecado.
Guárdanos en tu amor bondadoso
y llévanos a la vida eterna.
Oración Colecta
Oremos para que podamos gozar de la felicidad de Dios
con todos los pueblos del mundo.
(Pausa)
Señor Dios, Padre nuestro:
Venimos aquí juntos como pueblo
para participar en la fiesta de Jesús, nuestro Salvador.
Que esta celebración permanezca
como signo anticipado de la fiesta eterna
que tú has preparado para nosotros.
Haz que nos regocijemos contigo
y acojamos a todos con brazos abiertos:
hombres y mujeres de todas partes y de todas las naciones,
pobres y ricos, fuertes y débiles.
Que todos aceptemos tu invitación
y que nos regocijemos con todos
en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Primera Lectura: Isaías 25,6-10 El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros
En una visión de esperanza, el profeta Isaías describe el tiempo del Mesías Salvador como un banquete festivo. Todos los pueblos acudirán a este banquete y encontrarán en Dios la plenitud de vida y felicidad.
El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos. 7Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones; 8y aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera la humillación de su pueblo –lo ha dicho el Señor–. 9Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y festejemos su salvación». 10La mano del Señor se posará en este monte, mientras que Moab será pisoteado en su sitio, como se pisa la paja en el agua del estercolero.
Salmo 23: «Habitaré en la casa del Señor por años sin término»
R. (6cd) Habitaré en la casa del Señor toda la vida.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
R. Habitaré en la casa del Señor toda la vida.
Por ser un Dios fiel a sus promesas
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. Habitaré en la casa del Señor toda la vida.
Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. Habitaré en la casa del Señor toda la vida.
Segunda lectura: Filipenses 4,12-14.19-20: «Todo lo puedo en aquel que me conforta»
Pablo da gracias a los cristianos de Filipos, que le habían enviado ayuda material a la prisión. Dios también le ha dado fortaleza en sus tribulaciones.
Hermanos: Sé lo que es vivir en la pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado a todo, a la saciedad y el ayuno, a la abundancia y la escasez. 13Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas. 14Con todo, hicieron bien en mostrarse solidarios de mis sufrimientos. 19Mi Dios, colmará todas sus necesidades según su riqueza y generosidad por medio de Cristo Jesús. 20Al Dios y Padre nuestro sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio: Mateo 22,1-14: «A todos los que encuentren, invítenlos a la boda»
Todo en esta vida es una invitación de Dios, pero con frecuencia presentamos excusas. Tenemos también la misión de invitar a otros a la Fiesta del amor de Dios.
Jesús tomó de nuevo la palabra y les habló usando parábolas. «2El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. 3Envió a sus sirvientes para llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir. 4Entonces envió a otros sirvientes encargándoles que dijeran a los invitados: “Tengo el banquete preparado, mis mejores animales ya han sido degollados y todo está a punto; vengan a la boda”. 5Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su campo, el otro a su negocio; 6otros agarraron a los sirvientes, los maltrataron y los mataron. 7El rey se indignó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad. 8Después dijo a sus sirvientes: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no se lo merecían. 9Vayan a los cruces de caminos y a cuantos encuentren invítenlos a la boda”. 10Salieron los sirvientes a los caminos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos. El salón se llenó de convidados. 11Cuando el rey entró para ver a los invitados, observó a uno que no llevaba traje apropiado. 12Le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado sin traje apropiado?” Él enmudeció. 13Entonces el rey mandó a los guardias: “Átenlo de pies y manos y échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el crujir de dientes”. 14Porque son muchos los invitados, pero pocos los elegidos».
Oración de los Fieles
Encomendemos al Señor a todos los que encontramos en las encrucijadas de la vida, para que ellos también puedan oír y aceptar la invitación a la mesa del Señor. Oremos así: R/ Señor, sé nuestra vida y alegría.
Señor, ¡qué bueno estar todos juntos contigo! Que nuestros corazones se desborden de alegría y nos hagan compartir unos con otros todos los buenos dones con los que tú nos has enriquecido. Bendícenos en Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios:
Como Padre amoroso
preparas ante nosotros la mesa y el banquete de tu Hijo
para sanos y enfermos,
para pobres y ricos,
para santos y pecadores.
Acepta nuestra alegría y gratitud
y que tu Hijo, presente aquí entre nosotros,
nos despierte de nuestro letargo y cobardía
y nos lleve a la fiesta de tu gozo eterno.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Invitación a la Plegaria Eucarística
Estamos ahora invitados a tomar parte del sacrificio de Jesús nuestro Señor. Esto implica aceptar su vida, su amor, y también darnos a nosotros mismos unos a otros y al Padre, junto con él.
Invitación al Padre Nuestro
Aceptamos la invitación de Jesús nuestro Señor
a orar con él a nuestro Padre del cielo.
R/ Padre nuestro…
Líbranos
Líbranos, Señor, de nuestra apatía,
de nuestras excusas y fáciles pretextos
que nos impiden aceptar tu invitación
de seguir a tu Hijo en el camino hacia ti.
No permitas que nos domine la tristeza,
pues tú eres nuestra alegría y fortaleza.
Guárdanos libres de todo pecado que nos pueda dividir
y guíanos con esperanza
hacia la venida entre nosotros
–con poder y misericordia–
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
R/ Tuyo es el reino…
Invitación a la Comunión
Éste es Jesucristo, el Señor,
que nos invita:
Vengan todos, la mesa está servida, todo está listo.
Vengan a la Fiesta.
Dichosos los invitados a la cena del Cordero.
Oración después de la Comunión
Señor, nuestro Dios fiel:
Hemos celebrado con gozo
la presencia liberadora entre nosotros
de tu Hijo Jesucristo
y hemos comido a su mesa.
Acompáñanos en la vida
por medio del Espíritu de tu Hijo,
el Espíritu juguetón de sabiduría y fantasía,
de encuentro y amor gratuito,
para que, agarrados de la mano, sigamos adelante
creyendo en lo inesperado
y haciendo realidad lo que parece imposible:
un mundo donde reine la justicia y el amor,
hasta que tú nos reúnas
en torno a la mesa de tu Fiesta eterna,
que se prolongará por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: En esta eucaristía hemos estado atentos a la voz de Dios: hemos venido a esta Fiesta, hemos escuchado la palabra de Dios. Pero ahora la invitación continúa en la rutina de nuestra vida diaria: en nuestras oraciones y esperanzas y también en nuestros trabajos y afanes. Abrámonos a esa llamada, también cuando él nos grita desde las necesidades de los pobres y humildes. Para ello, que la bendición y protección de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.
Jesús continúa dando respuesta a las inquietudes que surgen a propósito de nuestra misión en el mundo y el testimonio que estamos llamados a dar. No somos cristianos con una finalidad proselitista ni esnobista; nuestro propósito es llegar a ser mejores personas en sociedad, en comunidad y en familia. La liturgia de este domingo nos invita a madurar en el amor como el mejor vestido que podemos llevar puesto quienes participamos de la comunión eclesial.
El Reino es presentado por Jesús como concreción de ese banquete anunciado por el profeta Isaías en el que se sentarán todos los pueblos de la Tierra a compartir la universalidad de la Salvación en Dios; ya no habrá fronteras que los separen o impidan vivir la comunión y la solidaridad. San Pablo, por su parte, invita a quienes participan de la comunión con Dios y forman parte de su Reino a no olvidarse de compartir con quienes necesitan, aprendiendo a vivir agradecidos y en austeridad.
El evangelio de hoy es un vivo ejemplo de las injusticias cometidas por una sociedad elitista que sólo cuida de sí misma, excluyendo a quienes no son de su nivel social, estatus o pensamiento ideológico. El mismo Jesús experimentó la exclusión y marginación de la sociedad de su entorno, ya que fue rompiendo todas las reglas que un varón de su edad debía cumplir. Pero él se valió de este elitismo para presentar el nuevo espacio comunitario que había inaugurado: el reino de Dios. Jesús reconoce que la invitación inicial se la habían adjudicado únicamente los del pueblo judío, sea por motivos de la antigua Alianza, porque se sentían elegidos privilegiados o porque no habían comprendido a fondo el “querer de Dios”. Jesús no puede más que reaccionar porque la misma dirigencia judía negaba la comunión con Dios a gente de su mismo pueblo; ni que decir de los paganos o gentiles. En este contexto, la invitación al Banquete que rechazan los judíos privilegia a las personas que han quedado fuera del Templo de Jerusalén.
No se puede presumir de ‘santidad”’ si marginamos de nuestras vidas y comunidades a personas que no encajan en el molde que llamamos ‘normal’; no podemos seguir etiquetando personas porque esto va contra el Evangelio. El traje de fiesta es esa nueva disposición y apertura a sostenernos y acompañarnos en nuestra frágil condición humana. Pidamos a Dios tener un corazón agradecido y generoso que comparta, principalmente con aquellos que peor lo pasan por las injusticias de nuestro mundo.