Domingo 28 de Enero, 2024
Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Palabras y manos sanadoras de Jesús
Saludo
Jesús proclamó a la gente
la Buena Nueva de sanación y de vida.
Esta misma Buena Nueva nos la proclama a nosotros
aquí en esta asamblea eucarística.
Que sus palabras muevan nuestros corazones
y nos traigan curación y vida.
Que Jesús, el Señor, esté siempre con ustedes.
Introducción del Celebrante
Todas las curaciones y milagros del carpintero de Nazaret expresan un mensaje muy claro: son acciones reales y signos del Reino de Dios que ya ha comenzado en la historia. Y cuando Dios reina, no hay enfermedad. Cuando se consume el Reino de Dios definitivamente, desaparecerá toda enfermedad y todo mal porque el suyo es un Reino de vida y vida en plenitud.
Acto Penitencial
El pecado es, con demasiada frecuencia,
la enfermedad de nuestro corazón.
Pedimos al Señor que nos cure de todo pecado.
(Pausa)
Señor Jesús, tú viniste para curarnos
y para devolvernos la vida.
R/Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, primer nacido de entre los muertos,
tú nos has hecho hijos e hijas del Dios vivo.
R/Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, tú te hiciste uno de nosotros
de forma que pudiéramos ver en ti
la perfecta imagen del Padre.
R/Señor, ten piedad de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, Señor.
Pronuncia solamente la palabra
por la que nos cures del pecado,
y llévanos a la vida eterna.
Oración Colecta
Pidamos a Dios que nos traiga curación y salvación.
(Pausa)
Oh Dios, todo-amoroso y fiel:
En tu Hijo Jesucristo nos mostraste
lo que significa ser cabalmente humanos
y viste con agrado que trajera a todos los que lo reciben
la curación del perdón y la vida.
Que él nos toque con su mano salvadora,
que nos dirija su palabra restauradora,
para que nos haga íntegros y libres
y para que con él luchemos contra todo mal
y te sirvamos a ti, nuestro Dios vivo,
y a los hermanos que nos has confiado.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor.
Primera Lectura: Deuteronomio 18,15-20 El verdadero profeta es voz de Dios
Los profetas del Pueblo de Dios eran, y todavía son hoy, la voz de Dios. En su bondad, él los hacer surgir entre nosotros, y nos llama a nosotros mismos a la profecía, para proclamar su Buena Noticia.
Salmo 95: “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor; no endurezcan su corazón”
Segunda Lectura: 1 Corintios 7,32-35 Libres para el Señor
Cuando Pablo escribe esta Carta a los corintios con la conciencia de que el tiempo que queda es breve en virtud de la persecución que padecen, en la comunidad se experimenta una severa disolución moral. Por eso Pablo señala la importancia de mantenerse puros y en el estado en que se está, subrayando la libertad de los exclusivamente consagrados sin que esto haga mella en el valor del matrimonio, signo sublime del amor de Dios por la humanidad.
Evangelio; Marcos 1,21-28 Jesús enseñaba con autoridad
Jesús podía enseñar con autoridad como nadie, ya que era la Palabra viva de Dios, Hijo mismo de Dios. Solo con el poder de su Palabra venció al poder del mal.
Oración de los Fieles
Oremos a Dios nuestro Padre, que nos otorga curación y salvación. Y digámosle: R/ Señor, pronuncia tu Palabra y cúranos.
Oh Dios compasivo, sabemos que nos amas en la enfermedad y en la salud. Permanece siempre con nosotros y ayúdanos a cuidarnos los unos a los otros en Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Oh Dios y Padre nuestro:
Al presentarte estos dones de pan y vino,
esperamos que tu Hijo nos hable en tu nombre.
Por medio de él acepta nuestro silencio
y nuestros exiguos esfuerzos
para dar forma a tu Palabra
en el lenguaje de nuestras vidas.
Que esta ofrenda te sea agradable,
por Jesucristo nuestro Señor.
Introducción a la Plegaria Eucarística
Demos sinceras gracias al Padre por habernos dado a Jesús, que murió y resucitó de entre los muertos para liberarnos de todo mal.
Invitación al Padre Nuestro
Oremos a Dios nuestro Padre
con las palabras de la oración del mismo Jesús,
que puede dar voz
a todas nuestras peticiones no expresadas:
R/ Padre nuestro…
Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todos los males
y concédenos la paz en nuestros días.
Por tu misericordia, guárdanos de ser sordos
a las palabras que nos diriges.
Que su sonido nos convierta y nos inspire
para preparar con alegría y esperanza
la gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R/ Tuyo es el Reino…
Invitación a la Comunión
Éste es Jesucristo, el Señor,
que proclamó un mensaje de Buena Nueva de Salvación
con poder y autoridad.
Dichosos nosotros de escuchar su invitación
y de recibir su Pan de fuerza y curación.
R/Señor, no soy digno…
Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
En esta asamblea eucarística
nos has reunido más íntimamente
por tu Palabra poderosa
y por el banquete festivo de la Eucaristía.
Cuando volvemos a nuestra vida diaria,
sigue proclamándonos tu mensaje liberador
incluso en los acontecimientos corrientes de nuestra vida
y en la amistad de nuestros hermanos y hermanas.
Abre nuestros oídos y corazones
a tu lenguaje, siempre nuevo,
que nos conduzca a ti
por el poder de Jesucristo nuestro Señor.
Bendición
Hermanos: Sabemos muy bien, por experiencia de vida, qué poderosas pueden ser las palabras. En su matrimonio, el esposo y la esposa aceptan mutuamente su Sí al amor no solo para un momento sino para toda la vida. Cristo nos ha proclamado su Palabra. Ha sido una Palabra de confianza y amor, y no puede dejarnos indiferentes. Cristo nos obliga a tomar una decisión: o rechazarlo, a él y a su Palabra, o entregarnos a él y a su mensaje. Que ojalá aceptemos su Evangelio con entusiasmo. Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.
Jesús, en el Evangelio, promueve una nueva forma de enseñar, con autoridad, en coherencia con lo que vive. Su enseñanza libera del miedo a ley, a diferencia de los letrados que, por una interpretación simplista y mediocre, anquilosada y traicionera, se convierten en verdugos de los demás.
Hoy que está tan devaluada o degenerada “la palabra”, es bueno preguntarnos si lo que escuchamos o comunicamos le hace bien a nuestra vida y a quienes nos rodean; o, si por el contrario, nos manipula y adormece. Jesús no vino con una palabra aduladora o mentirosa, porque no buscaba protagonismo ni poder; pero como profeta de su tiempo sabía de la fuerza liberadora de la Palabra capaz de denunciar o evidenciar todo lo que oprime y maltrata la vida.
Cada creyente está llamado por vocación bautismal a ser profeta, es decir portador de la voz de Dios, no para predecir sino para evidenciar cuando en el presente se está comprometiendo el futuro y la vida de las personas. Además, en comunidad y en diálogo sincero, hemos de ser capaces de discernir, dejando atrás la ingenuidad y la infravaloración. Las comunidades de Jesús tenemos que estar bien informadas y desarrollar un espíritu crítico que nos permita ganar en autonomía y libertad.
El Evangelio nos señala que el espíritu inmundo lo tenía “un hombre” que se encontraba en la sinagoga, uno cualquiera, en nada distinto de cada uno de nosotros, que incluso participamos de la vida eclesial. Los demonios o espíritus inmundos no son seres raros que vulneran a las personas, son estados interiores que desintegran al ser humano erosionando sus valores e impidiéndole manifestar a Dios. No nos extrañe que, cuando nos dejamos ganar por malos pensamientos o sentimientos, nos estemos enfrentando a esas fuerzas destructoras de la fe y la comunión.
Identificar la presencia del mal no tiene que ver con posesiones terroríficas sino con aquello que nos esclaviza de manera sútil. Cuando dejamos a Jesús iluminar nuestra vida, todo lo malo es puesto en evidencia; aquello que es dañino y busca destruirnos no subsiste. Por eso es necesario pedir a Dios que suscite profetas, hombres y mujeres que, con su palabra y testimonio, sean portadores de su mensaje de vida.
A propósito de la Palabra y su efecto liberador, decía el misionero claretiano Teófilo Cabestrero: “La Palabra de Dios que no se sufre, no se ha escuchado ni se vive, ni se anuncia con el propio testimonio; no ha llegado aún al corazón” (La Misión en el Corazón, 1991).