Cuarto Domingo de Pascua – Año C
NOS AGRADA QUE NOS CONDUZCAN, PERO ¿QUIÉN?
Introducción
Desde el siglo III d.C. aparece a menudo en las catacumbas la imagen de Cristo como el pastor con un cordero en sus hombros y rodeado por el rebaño. Es una escena que tiene la intención de retratar la confianza y la serenidad que transmite el Buen Pastor al creyente que atraviesa el valle de sombras de muerte apoyado o guiado por su Señor. Porque no es solo cuando el discípulo abandona este mundo que se confía a los brazos de su Pastor…
Con el tiempo quedó en claro que cuantos se hicieron pasar por pastores predicando enseñanzas contrarias a las de Cristo, en los momentos decisivos se vieron obligados a declarar su incapacidad para ayudar porque eran en realidad mercenarios, vendedores de ilusiones.
El discípulo acepta ser acompañado por el Buen Pastor en cada momento de su vida aun cuando dejarse llevar por Cristo es una opción menos cómoda de lo que parece. Se requiere el valor de confiar la propia vida a Cristo para no quedar atrapados en la incertidumbre cuando no sabemos dónde vamos o a dónde queremos ir. También significa resistir a los halagos de pseudo-pastores que realmente son ladrones y asaltantes y cuyo único objetivo (a menudo inconscientemente) es la autoafirmación, la búsqueda de su propio interés.
- Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Si soy conducido a través de oscuros valles, no temeré ningún mal”.
Primera Lectura: Hechos 13,14.43-52
14Pablo y sus compañeros continuaron desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, y, entrando un sábado en la sinagoga, tomaron asiento. 43Al disolverse la asamblea, muchos judíos y prosélitos devotos acompañaron a Pablo y Bernabé, quienes les hablaban e invitaban a mantenerse en el favor de Dios. 44El sábado siguiente casi toda la población se congregó para escuchar la Palabra de Dios. 45Pero los judíos, al ver la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con insultos las palabras de Pablo. 46Entonces Pablo y Bernabé hablaron con toda franqueza: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios. Pero, ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. 47Así nos lo ha ordenado el Señor: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra»”.48Los paganos, al oírlo, se alegraron, glorificaron la Palabra de Dios y los que estaban destinados a la vida eterna, abrazaron la fe. 49Y así la Palabra de Dios se difundió por toda la región. 50Pero los judíos incitaron a mujeres piadosas de clase alta y a los notables de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de sus fronteras. 51Ellos, sacudieron el polvo de sus pies en señal de protesta contra aquella gente y se marcharon a Iconio. 52Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
La lectura de hoy se abre con un extracto de la historia del primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. Estos dos apóstoles llegan a Antioquía de Pisidia un sábado, entran en la sinagoga de los judíos y comienzan a anunciar la Buena Nueva de Jesús, como lo hacen habitualmente (v. 14). Su mensaje impresiona, sorprende, o más bien, sacude a sus oyentes, judíos fervorosos educados en las tradiciones de sus padres y fieles observadores de la Ley. Ellos conocen las palabras de los profetas y viven en la espera del Mesías. Sin embargo, quedan desconcertados y sorprendidos cuando, viniendo de la boca de Pablo y Bernabé, escuchan este mensaje escandaloso: Jesús, condenado por las autoridades religiosas y ejecutado con un vergonzoso castigo, es el Salvador del mundo. ¡Es inaudito! Solo pueden pensar: tal vez hemos entendido mal. Por eso al sábado siguiente vinieron más personas a escucharlos (vv. 14-44).
Durante la semana reflexionan sobre lo que han oído y llegan a la conclusión de que lo que Pablo y Bernabé dijeron es una blasfemia, un insulto a Dios. Después de que Dios ha dado tantas pruebas de fuerza durante el éxodo, no puede hacer el ridículo y despreciarse a los ojos de la gente mediante el envío de un Mesías derrotado y condenado. Se sienten obligados a defender la pureza de su fe. No son gente mala, maliciosos, deshonestos; simplemente están condicionados por su mentalidad religiosa; no están dispuestos a cuestionar sus certezas; no pueden ni remotamente imaginar que el Señor puede tener reservadas algunas sorpresas o novedades para ellos (v. 45).
Sin dejarse intimidar por la negativa, ni inhibidos por la oposición de los más devotos, los dos apóstoles ven en esta falta de adhesión a la fe de algunos una invitación para ir a los gentiles. De este modo se cumple la profecía de Isaías: “Yo te he puesto como luz de las naciones paganas, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra” (vv. 46-47).
No todos, sin embargo, cierran su mente y su corazón. Muchos, tanto judíos como gentiles, escuchan la llamada de Dios a la conversión y elijen el camino de la Salvación. Así que “todos los destinados a la vida eterna creyeron en el mensaje” (v. 48). No se trata de la predestinación al cielo para algunos y la condenación eterna para los demás. En la vida eterna no se entra cuando uno muere, sino cuando uno se adhiere a la fe y acepta el Mesías de Dios. Algunos, de buena fe, sin darse cuenta de lo que pierden, creen que esta fe es absurda y la rechazan. Los que la aceptan entran inmediatamente en la vida eterna. Al final nadie será excluido. El autor de los Hechos solo encuentra que, según los misteriosos mecanismos que regulan y condicionan la libertad del hombre, algunos llegan a la vida primero y otros sin duda llegarán también, aunque más tarde.
El hecho de que las promesas y bendiciones de Dios sean ofrecidos a los gentiles preocupa aun más a los judíos fieles a sus tradiciones. Al ver que las palabras no son suficientes para bloquear esos eventos, recurren al abuso. Entre los miembros de su comunidad hay nobles mujeres cuyos esposos o hijos están empleados en los puestos clave del aparato administrativo de la ciudad. Llegan a expulsar a los dos apóstoles de la región (v. 50).
Un incidente idéntico ocurrió con Jesús al comienzo de su vida pública. Tan pronto como comenzó a predicar en Nazaret, él también fue expulsado de la sinagoga e incluso corrió el riesgo de ser linchado por los que se reunieron para la oración. Sus compatriotas se consideraban religiosos ejemplares, convencidos de que ya han entendido todo acerca de Dios. No podían aceptar que Jesús socavara sus certezas religiosas y quedara de manifiesto que sabían muy poco de las Sagradas Escrituras (Lc 4,16-29). Si Jesús y los apóstoles fueron perseguidos, no es de extrañar que a un verdadero predicador del Evangelio le suceda lo mismo.
Después de señalar que Pablo y Bernabé fueron obligados a ir a Iconio (v. 51), el pasaje termina con una anotación curiosa: los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo (v. 52). Es extraño: ¡Los malvados han prevalecido, los dos apóstoles deben salir derrotados de Antioquía de Pisidia, y en lugar de llorar, están llenos de alegría! La alegría puede coexistir hasta con lágrimas, con la decepción y el dolor de la injusticia sufrida. Los malvados, los que se oponen a la verdad, los que luchan contra los que anuncian el Evangelio y los justos no van a experimentar esta alegría si sus corazones no están libres de resentimiento contra aquellos a quienes persiguen.
Segunda Lectura: Apocalipsis 7,9.14b-17
9Después vi una multitud enorme que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano... 14Uno de los ancianos se dirigió a mí y me dijo: “Éstos son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. 15Por eso están ante el trono de Dios, le dan culto día y noche en su templo, y el que se sienta en el trono habita entre ellos. 16No pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor los molestará, 17porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a fuentes de agua viva. Y Dios secará las lágrimas de sus ojos”.
¡Cuánto sufrimiento, cuántas tribulaciones, qué cantidad de amargura existe en la vida del hombre! Cuando vemos sufrir a tantas personas inocentes, que son víctimas de la violencia, la traición, el engaño, desesperadamente nos preguntamos por qué, y a menudo no encontramos una respuesta. El libro de Apocalipsis dedica cuatro capítulos a este problema angustiante (Ap 5–8). Dice que en el cielo existe un libro en el que un ángel toma nota de todos los sufrimientos y todas las lágrimas de la gente. En ese libro se exponen las razones por las que suceden muchas cosas incomprensibles y absurdas. Por desgracia, el libro está cerrado con siete sellos que ninguno es capaz de romper; aquí está la razón por la cual la gente llora: se sienten que están a merced de un destino ciego y no encuentran una explicación a las tragedias que los aquejan.
Entonces, ¿tenemos alguna esperanza de encontrar un sentido a la historia del mundo? ¿Estará cerrado para siempre el libro que contiene la respuesta a nuestras angustias, a nuestras preguntas más profundas? El vidente del Apocalipsis nos invita a todos a poner fin a las lágrimas: El Cordero –dice– es el que abrirá el libro y romperá uno por uno sus sellos, es decir, dará a conocer todos los misterios de nuestra existencia.
El pasaje de hoy dice lo que sucede después de la ruptura del sexto sello. Aparece una gran multitud que nadie puede contar, gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. Todos de pie delante del trono del Cordero, vestidos con ropas blancas, y con palmas en las manos (v. 9). El vestido blanco es símbolo de la alegría y la inocencia, y las palmas son un signo de victoria.
¿Quiénes son esas personas? Son los que en este mundo han sufrido dificultades y persecuciones y dieron su vida por los demás, al igual que el Cordero. La gente los tuvo como derrotados, pero para Dios son los que han triunfado (v. 14). Ellos “nunca más van a sufrir el hambre o la sed, o ser quemados por el sol o cualquier viento abrasador. Porque el Cordero ... será su pastor ... y Dios enjugará sus lágrimas” (vv. 16-17).
En estos versos hay una imagen extraña: “El Cordero será su pastor”. ¿Cómo puede un cordero ser también un pastor? Sin embargo, es precisamente eso: Jesús se ha convertido en un pastor, un guía, ya que, como cordero, fue sacrificado, y dio su vida por Amor.
Esta página se ha escrito para alentar a los cristianos perseguidos a perseverar con paciencia y firmeza. Lo que le pasó a Jesús, el Cordero, se realiza en ellos; si lo siguen como uno sigue a un pastor, participarán en su victoria.
Evangelio: Juan 10,27-30
27En aquel tiempo dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; 28yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrancará de mi mano. 29Mi Padre que me las ha dado es más que todos y nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre. 30El Padre y yo somos uno”.
La tierra de Israel es en gran parte montañosa y se utiliza para el pastoreo de ovejas. Guardianes de rebaños eran Abel, Abrahán, Jacob, Moisés, David. No debe, por tanto, causar consternación que se utilicen imágenes de la vida pastoral en la Biblia. Dios es llamado “pastor de Israel”: conduce a su pueblo como ovejas, los trata con amor y cuidado, los guía hacia abundantes pastos y manantiales de agua fresca (Sal 23,1; 80,2). Incluso el Mesías es anunciado por los profetas como un pastor para guiar a Israel: “Se acerca el día en que suscitaré un rey que será descendiente de David. Él gobernará con prudencia, justicia y rectitud”(Jer 23,1-6; Ez 34).
Jesús se referirá a estas imágenes el día que, descendiendo de la barca, se verá rodeado de una gran multitud corriendo a pie para escuchar su palabra de esperanza. Marcos dice: “tuvo compasión de ellos porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6,33-34). En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el pastor esperado (Jn 10,11.14), como el que va a conducir a la gente a lo largo del camino de la rectitud y fidelidad al Señor.
El cuarto domingo de Pascua se llama el domingo del Buen Pastor ya que cada año la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo 10 de Juan donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Los cuatro versos que leemos en el evangelio de hoy se han extraído de la parte final del discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen bíblica.
Comencemos con una aclaración: cuando hablamos de Jesús, el Buen Pastor, la primera imagen que viene a nuestra mente es la del Maestro que sostiene un cordero en sus brazos o en los hombros. Es cierto: Jesús es el Buen Pastor que sale a buscar la oveja perdida, pero esta es la reproducción de la parábola que se encuentra en el evangelio de Lucas (15,4-8). El Buen Pastor del que habla Juan no tiene nada que ver con esta imagen dulce y tierna. Jesús no se presenta a sí mismo como alguien que cariñosamente acaricia al cordero herido, sino como el hombre duro, fuerte, decidido a luchar contra los bandidos y los animales feroces, como lo hizo David, persiguiendo al león o al oso que arrebata una de las ovejas lejos del rebaño; David lo derriba y le quita la víctima de su boca (1 Sam 17,34-35). Jesús es el Buen Pastor porque no tiene miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que ama (Jn 10,11).
La primera frase que Jesús pronuncia es muy fuerte: “Mis ovejas –dice– jamás perecerán; y nadie las arrebatará de mi mano” (v. 28). La salvación de las “ovejas” no está garantizada por su docilidad, su lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e incondicional del “pastor”. ¡Este es el gran anuncio! Esta es la hermosa noticia que la Pascua anuncia y que un creyente cristiano debe transmitir. Incluso puede garantizarles a quienes todo les va mal en la vida que sus miserias, sus defectos, sus opciones de muerte no serán capaces de derrotar al Amor de Cristo.
Hay que aclarar la segunda imagen, la de las ovejas, ya que puede provocar cierta incomodidad. ¿Quiénes son la manada que va tras el ‘Buen Pastor’? Algunos quizás respondan espontáneamente: los laicos que dócilmente aceptan y practican todas las normas establecidas por el clero. Los pastores son, por tanto, la jerarquía de la Iglesia, mientras que las ovejas serían los simples fieles. No es así: El único Pastor es Cristo, porque, como hemos señalado en la segunda lectura, Cristo es el Cordero que ha sacrificado su propia vida. Sus ovejas son aquellos que tienen el coraje de seguirlo en este regalo de la vida. El Pastor es entonces un cordero que comparte con todos la suerte del rebaño.
Hay otra idea errónea que debe corregirse es la de identificar a todos los bautizados con el rebaño de Cristo. Hay áreas grises en la Iglesia que se excluyen del Reino de Dios, ya que prosperan en el pecado, mientras que hay enormes márgenes, más allá de los confines de la Iglesia, que caen dentro del Reino de Dios porque el Espíritu está trabajando allí. La acción del Espíritu se manifiesta en el impulso del don de la vida al hermano o hermana: “El que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). El que, sin conocer a Cristo, se sacrifica por los pobres, practica la justicia, la hermandad, el intercambio de bienes, la hospitalidad, la lealtad, la sinceridad, el rechazo a la violencia, el perdón de los enemigos, el compromiso con la paz, puede ser discípulo del Buen Pastor. Esto debería hacer pensar a tantos cristianos que están revolcándose en la complacencia de sí mismos que eventualmente podría estar envueltos en trágicas ilusiones. El Pastor puede un día, inesperadamente, decir a algunos: “No sé de dónde son ustedes” (Lc 13,25).
El sentirse seguros, la desconfianza contra los miembros de otras religiones y los prejuicios hacia los no creyentes están todavía tan profundamente arraigados y son tan perniciosos como el falso pacifismo. ¿Cómo se puede llegar a ser parte de la grey que sigue a Jesús? ¿Qué ocurre con las ovejas que son fieles a Él? El evangelio de hoy dice que no somos nosotros los que tomamos la iniciativa de seguirlo. Él es el que llama: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen” (v. 27).
Los discípulos de Jesús viven en este mundo, entre la gente. Escuchan muchas llamadas e incluso reciben mensajes engañosos. Hay muchos que se hacen pasar por pastores, que prometen la vida, el bienestar, la felicidad e invitan a la gente a seguirlos. Es fácil ser engañado por charlatanes. En medio de muchas voces, ¿cómo se puede reconocer la voz del verdadero Pastor? Es necesario acostumbrar el oído. Al que oye a una persona solo durante cinco minutos, y después de un año no lo oye más, le resultará difícil distinguir su voz entre la multitud. El que escucha el evangelio solo una vez al año, no aprende a reconocer la voz del Señor que habla.
No es fácil confiar en Jesús porque Él no promete éxito, triunfos, victorias, como hacen los demás pastores. Se pide la entrega de sí mismo, se exige la renuncia al propio provecho, se demanda el sacrificio de la vida... Y, sin embargo, asegura Jesús, este es el único camino que conduce a la vida eterna (vv. 28-29). No hay atajos. Indicar otros caminos es hacer trampa y conducir a la muerte.
El pasaje termina con las palabras de Jesús: “Yo y el Padre somos uno” (v. 30). Esta afirmación un tanto abstracta indica el camino a seguir para lograr la unidad con Dios. Es necesario llegar a ser ‘uno’ con Cristo. Esto significa que uno tiene que lograr la unidad de pensamientos, intenciones y acciones con Él.
Esta afirmación nos hace reflexionar sobre el ministerio de los que son llamados a ‘pastorear’ el rebaño de Cristo. A veces, en la comunidad cristiana, hay una cierta tensión entre los que, con términos no muy exactos, son llamados el clero y los laicos. Algunos dicen que los laicos deben seguir a sus pastores; otros dicen que estos pastores deben estar unidos al pueblo de Dios. Tal vez sea más correcto pensar que todo el pueblo de Dios, laicos y clérigos, juntos, deberían seguir al único Pastor, que es Jesús, y llegar a ser, con Él, uno con el Padre.