Duodécimo Domingo en tiempo Ordinario – Año A
¡ES MUY ARRIESGADO IR A CONTRAMANO!
Introducción
Antes de entrar en una calle se debe prestar atención a las señales. Es necesario determinar si, por casualidad, uno ha entrado en la dirección prohibida.
Al observar la dirección en que se mueven los demás, un discípulo de Cristo tiene la sensación inmediata y aguda de conducir contra el tráfico. Si uno elige los caminos de la renuncia, del intercambio de bienes, del amor desinteresado, del perdón sin límites, del cumplimiento de la Palabra, ve moverse el tráfico en la dirección opuesta y se da cuenta de que debe proceder con cautela y prudencia. El choque es inevitable y él siempre será el perdedor, se lo considerará fuera de lugar… será acusado de violar las reglas aceptadas por todos.
Para el impío el justo es “insoportable solo con verlo” (Sab 2,14), “da vergüenza”(Sab 2,12); molesta porque “lleva una vida diferente a la de los demás y va por un camino aparte” (Sab 2,15).
En tiempos de persecución, puede surgir en el cristiano también la duda de que uno camina por la dirección equivocada.
Después de comprobar si en realidad se están siguiendo las instrucciones del Maestro, no se debe quedar atrapado por el miedo: esa es la dirección correcta; está conduciendo con los ojos abiertos y camina en la luz.
“No se nos preguntará si ganamos o perdimos, sino si hemos luchado por la causa justa”.
Primera Lectura: Jeremías 20,10-13
Dijo Jeremías: 10“Oigo los rumores de la gente: «Cerco de terror. ¡Denuncienlo! ¡Denunciemoslo!». Mis amigos espiaban mi traspié: «A ver si se deja seducir; lo venceremos y nos vengaremos de él». 11Pero el Señor está conmigo como valiente soldado; mis perseguidores tropezarán y no me vencerán; sentirán la confusión de su fracaso, un sonrojo eterno e inolvidable. 12Señor Todopoderoso, examinador justo que ves las entrañas y el corazón, que yo vea cómo tomas venganza de ellos, porque a ti encomendé mi causa. 13Canten al Señor, alaben al Señor, que libró al pobre del poder de los malvados”.
Jeremías vive en uno de los momentos más dramáticos de la historia de su pueblo. El ejército de Nabucodonosor ha rodeado Jerusalén; la va a tomar por asalto y la saqueará. El rey y los comandantes del ejército han perdido completamente la cabeza y toman malas decisiones. Los líderes religiosos, en vez de darse cuenta de que se está acercando la ruina, bendicen las elecciones de los militares e incitan a la gente: “Todo va bien; no va a pasar nada malo” (Jer 6,13-14), mientras que todo va mal y la catástrofe está próxima.
Jeremías parece la persona menos adecuada para entrar en este conflicto: es un joven tímido, sensible, amante de la vida tranquila, ajeno a la controversia; su sueño es vivir tranquilo con su familia en Anatot, pero el Señor lo llama a una misión difícil y peligrosa “en contra de los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo”. “Ármate de valor –dice– levántate, diles lo que yo te mando… lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para librarte” (Jer 1,17.19).
Enemigo jurado de Jeremías es un sacerdote, Pasur, hijo de Imer, director superintendente del templo. Hace azotar y poner en el calabozo al profeta. Al día siguiente, liberado de la cárcel, Jeremías se encuentra con él e, irónicamente, le cambia el nombre; lo llama Magor, que significa “cerco de terror” (Jer 20,1-3). Pasjur –asegura el profeta– no asustará a nadie, y pronto estará en la consternación y buscando desesperadamente refugio en algún escondite en la ciudad, cuando los soldados de Babilonia lo persigan. Será capturado y esclavizado, lo llevarán al exilio, donde morirá junto con los que engañó con mentiras: prometiendo paz, mientras se avecinaban días de terror.
La lectura de hoy comienza con las palabras de Jeremías recordando la reacción del público a sus quejas. Retomando el apodo de Pasjur –cerco de terror– la gente se burla del profeta llamándolo, terror para ti, como si fuera a decir: ahora el aterrorizado eres tú, no Pasjur; todos vemos que te estás muriendo de miedo.
Los enemigos de Jeremías no se limitan a la burla y el sarcasmo; traman, buscando razones para hacer un juicio falso y poder condenarlo. También piensan en lincharlo (v. 10).Confundidos entre la multitud que chilla, también están sus mejores amigos. El profeta, ahora solo, ve que su misión fracasa; se siente rechazado por su pueblo y abandonado por todos.
Inevitables y comprensibles en este momento son el desánimo, la incertidumbre, la desesperación e incluso la duda de que su vocación sea un engaño. Entonces se desahoga con el Señor; grita todo su dolor; maldice incluso el día de su nacimiento (cf. Jer 20,14-18).
Esta oración, hecha de expresiones audaces pero sinceras, pone de manifiesto en él la certeza de la fidelidad de Dios. Las decepciones, adversidades, persecuciones han sacudido, por un momento, su confianza y su esperanza, pero no para sofocarlas ni extinguirlas. Aquí está, de hecho, para proclamar: “El Señor está conmigo como valiente soldado” (v. 11). Ahora está seguro: Dios intervendrá, brillará la verdad y hará triunfar a los que defendían la causa justa.
Los últimos versos de la lectura (vv. 12-13) contienen una invectiva violenta contra los enemigos. Las palabras de Jeremías no deben interpretarse como una explosión de odio, sino como un deseo, justo y humano, para ver el triunfo de su caso, reconociendo su inocencia yexponiendo la maldad de los adversarios.
Es difícil ser profeta, es difícil decir la verdad, ser el primero en levantar la voz para denunciar lo que está mal. Más conveniente es esconderse, fingiendo no ver, dejar que otros hablen. Sin embargo, si se quiere una nueva sociedad, una Iglesia más coherente con el Evangelio y más dócil al Espíritu, si uno aspira a una nueva vida, se necesitan profetas que, como Jeremías, tengan el valor de decir lo que el Señor les dice, aun a riesgo de la vida.
Segunda Lectura: Romanos 5,12-15
Hermanos: 12Así como por un hombre penetró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así también la muerte se extendió a toda la humanidad, ya que todos pecaron. 13Antes de llegar la ley, el pecado ya estaba en el mundo; pero, como no había ley, el pecado no se tenía en cuenta. 14Con todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, también sobre los que no habían pecado imitando la desobediencia de Adán –que es figura del que había de venir–. 15Pero el don no es como el delito. Porque si por el delito de uno murieron todos, mucho más abundantes se ofrecerán a todos el favor y el don de Dios por el favor de un solo hombre, Jesucristo.
En este difícil pasaje de la carta a los romanos Pablo, confrontando la figura de Adán con la de Jesús, relaciona las consecuencias del pecado del primer hombre con la justificación por Cristo.
Dice que, desde el principio, los hombres pecaron alejándose del plan amoroso de Dios. A lo largo de los siglos, siguieron cometiendo errores y practicando la injusticia, a ejemplo de Adán, el primer hombre, que había desobedecido y se había alejado de Dios. Jesús se comportó de manera opuesta: fue obediente al Padre, hizo su voluntad hasta la muerte.
La consecuencia del pecado de Adán fue la muerte. No la muerte biológica –que es un hecho de la naturaleza–, sino la elección de "no vida" de cualquier persona que se niega a seguir el camino trazado por Dios. La gracia obtenida por la obediencia de Cristo, sin embargo, es muy superior al mal causado por la locura humana. Gracias a Cristo, Dios ha comunicado su Vida a todos.
Evangelio: Mateo 10,26-33
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: 26 “No tengan miedo a la gente. No hay nada encubierto que no se descubra, ni escondido que no se divulgue. 27Lo que les digo de noche díganlo en pleno día; lo que escuchen al oído grítenlo desde los techos. 28No teman a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; teman más bien al que puede arrojar cuerpo y alma en el infierno. 29¿No se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo ni uno de ellos cae a tierra sin permiso del Padre de ustedes. 30En cuanto a ustedes, hasta los pelos de su cabeza están contados. 31Por tanto, no les tengan miedo, que ustedes valen más que muchos gorriones. 32Al que me reconozca ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre del cielo. 33Pero el que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”.
«Nuestro Señor y nuestro Dios te pide que hagas lo siguiente...». Con esta fórmula se encabezaban los documentos oficiales expedidos en nombre de Domiciano (81-96 d.C.), el emperador que erigió estatuas por todas partes en su honor y exigió ser adorado como un dios. El cónsul Flavio Clemente, su primo, que se convirtió a Cristo, y que, a causa de su fe, no pudo adherirse a estas locas solicitudes insanas, fue ejecutado, y su esposa, Domitila, exiliada en Cerdeña.
El culto al emperador se difundió principalmente en Asia Menor. En Éfeso se erigió un templo y una estatua colosal del "dios Domiciano" y las autoridades locales, serviles al poder, reclamaban que todos se inclinaran ante él y adoraran al que el vidente del Apocalipsis describe como "la bestia" (Ap 13,4.12).
Los cristianos no podían conceder honores divinos al rey, y por eso comenzaron para ellos los problemas, los castigos, la discriminación, la confiscación de bienes. Muchos no soportaban estos continuos abusos, y estaban al límite de la resistencia y en riesgo de apostasía. ¿Cómo ayudarlos a superar este momento difícil?
Mateo escribe en este contexto histórico y, para animar a los cristianos de su comunidad,pone en su evangelio los dichos del Maestro sobre las dificultades y persecuciones que los discípulos tendrían que soportar. Para los cristianos la persecución no es un contratiempo, es un hecho ineludible. El autor de la segunda carta a Timoteo (escrita más o menos en el mismo período) nos recuerda: “Es cierto que todos los que quieran vivir religiosamente, como cristianos, sufrirán persecuciones” (2 Tim 3,12).
¿Qué recomendaciones hace Jesús a los discípulos perseguidos? Comienza a advertirles sobre el miedo. El miedo es en algún sentido positivo: señala los peligros, evita gestos imprudentes, arriesgados, insensatos; pero, si se escapa al control, dificulta la acción audaz y las decisiones firmes. Para aquellos que han tomado la decisión de seguir a Cristo, el miedo es a menudo el peor enemigo. Se manifiesta en el temor de perder la propia posición, de ver a disminuida la estima de sus superiores, de perder amigos, de perder los bienes, de ser castigado, degradado, e incluso para algunos, ser asesinados.
El que tiene miedo ya no es libre. Es normal tener miedo, pero ¡cuidado de ser dominado y guiado por el miedo! Se termina paralizado. En el evangelio de hoy Jesús insiste tres veces: “¡No tengas miedo!” (vv. 26.28.31.). Y cada vez se agrega una razón para justificar su recomendación. El que anuncia el Evangelio tiene miedo, en primer lugar, de que, a causa de la violencia desatada por los enemigos de Cristo, fracase su misión (vv. 26-27).
Jesús le asegura que, a pesar de las pruebas y dificultades, el Evangelio se extenderá y transformará el mundo. Para aclararlo, cita el ejemplo de los rabinos de su tiempo. Antes de enviar a sus estudiantes a discutir públicamente en las plazas, se los instruye en secreto. Su sabiduría permanece oculta durante mucho tiempo, pero un día todo el pueblo se ve obligado a reconocer su sabiduría y su preparación. Lo mismo –asegura Jesús– va a pasar con sus apóstoles. Ellos probablemente no verán germinar las semillas de luz y de bien que han sembrado con el trabajo duro y con dolor, pero deben cultivar la gozosa certeza de que la cosecha crecerá y será abundante. Su trabajo no será en vano; si fueran condenados a muerte, ninguna fuerza enemiga podrá impedir la realización del plan de Dios.
Es revelador lo que le sucedió a Jesús: sus enemigos estaban convencidos de haberlo silenciado para siempre, de haber puesto una enorme e inamovible piedra sobre él y su mensaje, pero en Pascua resucitó, igual que la semilla que, enterrada en la tierra, muere, pero para reaparecer centuplicada.
En segundo término, el que anuncia el Evangelio tiene miedo de ser maltratado o incluso llevado a la muerte (v. 28). Jesús nos invita a reflexionar: ¿Qué daño pueden hacer los enemigos del Evangelio? Insultos, acusaciones injustas, confiscación de bienes, quitar la vida... Sí, pero nada más. Ninguna violencia es capaz de privar al discípulo del único bien duradero: la Vida que ha recibido de Dios y que nadie le puede quitar. De esto Pablo estaba profundamente convencido: “Tengo la certeza de que ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni la espada ... nada nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8,35-39).
Pero hay algunos –continua Jesús– a los que sí hay que temer: a los que tienen el poder de destruir el alma y el cuerpo. “Esos” no están fuera de nosotros… Son el mismo mal que, desde que nacimos, llevamos dentro. Es esa fuerza negativa que sugiere caminos opuestos a los de Cristo. Por lo tanto, es necesario ante todo temer al propio miedo. ¿No nos pasa a veces que, por miedo a quedarnos solos, cultivamos amistades ambiguas o lazos que nos someten y nos impiden vivir? ¿Acaso en alguna ocasión, por miedo, no nos hemos comportado cobardemente, no hemos mentido o no nos hemos comprometido con la justicia? El que tiene miedo afecta la realización su propia vida. Y por eso es que se dice que ... "perecerá".
La tercera razón por la que la persecución asusta es que a menudo no solo nos afecta a nosotros, sino que también afecta a los que nos rodean. Ellos también pueden ser privados de la necesaria subsistencia (vv. 29-31). A esta objeción Jesús responde recordando la confianza en la providencia del Padre celestial. No promete a sus discípulos que no les pasará nada, que siempre van a ser rescatados, de forma prodigiosa, sino que Dios realizará su verdadero bien de todos modos, si han tenido el coraje de seguir siendo fieles. Hace referencia al cabello de la cabeza de los cuales solo Dios sabe el número. Ninguno de nosotros se escapa de su amor y su cuidado. Se interesa por todas las criaturas, incluso la más pequeña, ¡cuánto más se preocupará de los que están luchando por la venida de su reino!
El texto termina con una promesa: Jesús va a reconocer, ante su Padre, a aquellos que lo han reconocido ante los hombres (vv. 32-33). No habla del juicio final, sino de lo que sucede hoy en día: reconoce a algunos de sus discípulos que actúan en el mundo, pero a otros no. Reconoce al que no tiene miedo de anunciar su Evangelio aun a costa de la vida; no reconoce por otro lado a los que niegan delante de los hombres su imagen, a los que no hacen presente en el mundo su Palabra. Jesús dará testimonio ante el Padre de este hecho.
Hoy todavía hay muchos que mueren por causa del Evangelio, y aun donde no hay derramamiento de sangre, existe persecución y esto es inevitable. Ocurre a veces abiertamente con insultos, burlas públicas y otras veces sutilmente y disfrazados de exclusión y discriminación. El que con su vida no molesta a nadie puede estar seguro: tal vez, sin darse cuenta, se ha adaptado a los principios de este mundo y renunciado al reino de Dios.